Me preguntaba mi vecino ayer: ¿debería ser delito contar mentiras sobre lo que acontecido en la Historia? Y uno, precavido, le contestaba simplemente que no tenía materia de jurisconsulto y que no sabía. Y que puestos a aplicar sanciones quedarían pocos historiadores, periodistas, tertulianos, propagandistas y gente partidista sin recibirlas. A los que no sólo no hacen el esfuerzo sino que a sabiendas de no tener razón, explican las cosas como no han sido, habría simplemente que rebajarles y que se reciclaran de nuevo. Pero, ¿quién pone el cascabel al gato en un país en que ser cátedro ha implicado un estatus de vaca sagrada?
Probablemente sea pedir peras al olmo. El que va con mala voluntad va a ir siempre en esa dirección. El que va con ignorancia se puede salvar, siempre que caiga del burro presuntuoso en que está instalando, pretendiendo que sabe lo que no sabe. El conocimiento de la Historia (o de las Historias, porque compleja es su imbricación) siempre ha sido una cuenta pendiente y tardía de saldar. Hasta no hace mucho tiempo los acontecimientos del pasado se vivían como relato, más que como conocimiento. Es decir, de estudio analítico la Historia tenía cero. Y de enseñanza en escuelas, colegios, universidades y medios de comunicación, ni te cuento.
Naturalmente, cuando sólo se relata y se escriben crónicas (bien bajo soporte de libros, de documentales o de Internet) se hace con un sesgo ideológico y poco o nulo científico. Ha sucedido hasta hace escasas décadas. Creo que esto va cambiando. Las facultades españolas de Historia van dando nuevos frutos, tanto en investigación y profesorado como en interpretaciones y conocimientos obtenidos. Pero en esta materia, acaso más que en ninguna otra, comprender lo que ha tenido lugar en la vida de los hombres y de sus sociedades resulta complejo, por la enorme cantidad de factores que se cruzan y cuyo secreto reside en dar en la clave de qué factores y de qué manera entrecruzada han propiciado que las cosas hayan sido como han sido. Por supuesto, es fundamental además llamar a esas cosas por su nombre. Si una guerra ha sido una guerra no le llamemos mero conflicto; si un dictador ha sido un represor sanguinario (van vinculados los conceptos) no le llamemos solamente autoritario.
¿Por qué estas reflexiones? Porque parece ser que ese ente con rostro y corazón aún de dinosaurio llamado Real Academia de la Historia ha editado el Diccionario Biográfico Español, cuyo contenido aún no conozco, pero sobre el cual me resultan fiables las informaciones que estos días están saliendo en la prensa fiable (valga la redundancia) Según opinan historiadores competentes y poco academicistas, como poco tiene un gran fallo ese Diccionario: su escaso rigor. Suficiente para dejar en entredicho la obra. Ignoro en qué medida y con qué extensión se da esa ausencia de rigor y seriedad. Se debe de producir principalmente al tratar a personajes del siglo XX, o acaso es que se detecta más porque lo reciente se ha conocido y quedan muchos testigos directos de la Historia. Como el tema va a dar juego, supongo que más adelante volveré a hablar de ello, entre otras razones porque el conocimiento histórico me parece fundamental para las conductas presentes y futuras de los hombres y sus sociedades. Pero, claro, para aprender del pasado hay que hacerlo sobre conclusiones correctas mínimamente y lo más aproximadas a la realidad que fue. Guste o no guste a la mentalidad ideológica de cada individuo, bien en su vertiente política, religiosa o de clase social.
Qué pena no poder comparar y hacer valer su calidad con los otros Diccionarios que la Real Academia de la Lengua ha editado en los últimos tiempos. Un aspecto descarado que insulta a la inteligencia de la gente es la parte biográfica correspondiente al personaje llamado Franco. El responsable del relato sobre el dictador lo ha hecho Luis Suárez, un catedrático especializado en temas de la Edad Media, al menos cuando me dio clase a mí, cuyas clases eran discursos de exhibición y pompa durante una hora. Muy propio hace años. Su connivencia con el régimen franquista fue obvio y ahora se ha dedicado a hacer el panegírico, más que el reflejo real del personaje. Un panegírico, un tratamiento de guante de seda, una comprensión inaudita con el dictador, sobre el cual mantiene las viejas denominaciones de Generalísimo o Jefe del Estado.
(Luis Suárez Fernández)
No habrá que perder de vista esta obra, aun a precio de la irritación si se busca la verdad. Se agradece que el Ministerio haya solicitado a la Academia la rectificación de numerosas biografías. ¿Será suficiente? Parece mentira que a estas alturas cueste tanto aceptar los hechos, valorar las responsabilidades y llamar a las cosas por su nombre. Si eso lo hacen algunos de los popes que han escrito esas biografías, y da el señor Gonzalo Anes, director del organismo, su beneplácito, no nos extrañemos que las cosas vayan como van culturalmente en este país. Creo que el Ministerio debería replantearse las subvenciones con un ente que no colabora con la ciencia y menos con la convivencia de los ciudadanos.
Recomiendo la lectura de los siguientes textos.
http://www.publico.es/culturas/379251/vuelve-la-seudohistoria
http://blogs.publico.es/dominiopublico/3457/marea-negra/
(Las imágenes parciales pertenecen al cuadro Guernica, de Pablo Picasso)