Desde hace tiempo, en aquellos días de turbación que me afectan, echo mano de píldoras. Por supuesto, el frasco se titula El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y una pastilla puede ser cualquiera de los párrafos irónicos y sesudos que contiene el tarro. Es una de esas medicinas sin caducidad; no tienes que mirar el lote de fabricación y si formalmente hay giros y sentidos que no captas bien, como mucho vas y coges el prospecto adjunto que una buena edición del Quijote trae a pie de página. No digo que cada dosis nos cure, ya que se multiplican las posibilidades de contagio de los gérmenes y virus de las conductas que nos rodean, de las afectaciones por los acontecimientos sociales y políticos, pero al menos alivia, ayuda a estar más consciente y menos dramáticamente receptivo.
Una de las partes que más me gustan de la obra es aquella en que Don Quijote da consejos a su escudero Sancho Panza. Y lo hace precisamente cuando éste va a tocar poder. Cuando le han ofrecido gobernar un territorio ficticio llamado la ínsula Barataria (en realidad es un invento del Duque, que pretende gastar al hidalgo y a su escudero una broma pesada), pero no menos ficticio que todos esos territorios u órbitas de gobernación que muchos políticos españoles van a dirigir efímeramente, durante cuatro u ocho años, en función de circunstancias de sus fieles electores. No es la primera vez ni será la última en que echaré mano de los textos cervantinos, pero son tan premonitorios de nuestros tiempos como comprobadores de la experiencia y avatares de su época.
“Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
—Así es la verdad —respondió Sancho—, pero fue cuando muchacho; pero después, algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos. Pero esto paréceme a mí que no hace al caso, que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes.
—Así es verdad —replicó don Quijote—, por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.”
La llamada eufemísticamente clase política sufre del mal de altura últimamente. No altura por la inteligencia, dignidad, sensatez y entereza moral, más bien crítica, y cuya labor está ínfimamente reconocida según la opinión de los españoles. Sino porque un sector de esa clase política, vinculada a la derecha española, debido a que ha ganado estrepitosamente las elecciones regionales y municipales y, según las encuestas, lleva camino de hacerse también estrepitosamente con el Gobierno del país, se siente en ascenso, triunfadora, jóvenes y no tan jóvenes sobradamente preparados, se creen ellos. Ya se ven copando puestos, repartiéndose cargos y presidiendo parafernalias múltiples. Ya se exhiben en abundancia en las fotos, creando ambiente y gobiernos en la sombra o paralelos, como si el voto ciudadano ya lo hubiera decidido todo. ¿Leerá el Quijote toda esa gente? No parece que la otra parte de la clase política, la que ha venido gobernando y se ha estrellado estrepitosamente también, lo conociera tampoco demasiado. Yo les recomendaría a tirios y troyanos que se bajaran de los altares donde se autoerigen (eso sí, justificándolo con los votos), distinguieran de una santa vez lo que son gigantes y molinos y no hicieran pagar a los de siempre el precio de una crisis que no hemos generado. Pero para eso haría falta que se leyeran con más atención los consejos del hidalgo y escucharan algo más. ¿Tal vez las voces difusas de los movimientos del 15M que, sospecho, ni unos ni otros han querido apreciar demasiado? Yo, de momento, sigo tomando mi dosis del Quijote, simplemente porque me ayuda a sobrellevar mejor el ascenso irresistible de los prepotentes de turno. Y lo que cabe esperar de ellos.