Dice el verdadero Juan de Mairena:
“El español suele ser un buen hombre, generalmente inclinado a la piedad. Las prácticas crueles -a pesar de nuestra afición a los toros- no tendrán nunca buena opinión en España. En cambio, nos falta respeto, simpatía y, sobre todo, complacencia en el éxito ajeno. Si veis que un torero ejecuta en el ruedo una faena impecable y que la plaza entera bate palmas estrepitosamente, aguardad un poco. Cuando el silencio se haya restablecido, veréis, indefectiblemente, un hombre que se levanta, se lleva dos dedos a la boca, y silba con toda la fuerza de sus pulmones. No creáis que ese hombre silba al torero -probablemente él lo aplaudió también-: silba al aplauso.”
Simplemente con que colocara aquí esta cita bastaría. Es insuperable. La fina ironía, en absoluto condescendiente, que emplea el maestro no tiene parangón. Utilizando la imagen del acontecimiento por excelencia de la tradición española de masas. Cierto que el texto es anterior, creo, a la barbarie guerracivilista y a la sangrienta e infame represión posterior, por lo que su opinión sobre las prácticas crueles acaso hubiera sido diferente. Si el maestro viviera hoy probablemente emplearía otras imágenes. Y a mi me hace pensar.
Pensar en que si un gobierno, sea de competencia estatal o autonómico o local, aunque el estatal se lleva la palma o se proyecten más sus vaivenes, tiene equivocaciones y fallos, pero también aciertos y logros, sólo se mira la primera parte y no ésta. Lo ordinario es que se invalide una labor, incluso sistemáticamente, en lugar de repartir ecuánime y objtivamente los juicios, que implicaría invalidar unas gestiones y validar otras, porque ni todo será negativo ni todo maravilloso. Pensar en que si un equipo de fútbol de máximo estrellato pierde un partido o un campeonato, sus seguidores no sufren porque hayan perdido: sufren porque ha ganado el otro equipo de máximo estrellato. Pensar en que si un amigo saca una oposición o encuentra un trabajo, aunque se le ponga buena cara y fáciles palabras de participar su alegría, nos dejamos llevar por un impulso de celo al no haber sido nosotros sino el otro el que ha conseguido un curro. Y así podría seguir el rosario de imágenes, que la sociedad española las ofrece amplias y a la carta.
(La envidia, de Saura)
Evidentemente, nos sigue faltando auténtica y sincera complacencia con los demás. En el orden político yo lo veo manifestado en la ausencia de una conducta fundamentada en un mínimo pero al menos claro sentido de Estado que llevara a asumir acuerdos por todas las partes representativas. Pero si prima la vena electoralista, el papel de buitres al acecho de la carroña ajena que, a mayores, oculta la propia, el deseo de que al otro le salga todo fatal por aquello del “cuanto peor, mejor…nos irá”, resulta imposible una confluencia entre las distintas tendencia ante problemas de primera categoría por los que atraviesa el país.
Y esa insuficiencia de la satisfacción y el agrado, tan motivada por uno de los males intrínsecos más arraigados en el individuo, la envidia, no se afronta si encima es objeto de manipulación por parte de los intereses de cualquier tipo. Todo el mundo logra algo, en mayor o menor medida, y todos sufrimos nuestras pérdidas. Pero afrontar una pérdida no es alegrarse del mal del otro o envidiar su logro, sino asumir nuestra propia introspección. Buscar el valor, la capacidad y los límites que tenemos cada uno dentro. Se aprende más de lo que no tenemos que de lo que poseemos. Naturalmente, si somos capaces de dejarnos conducir a una conciencia de la pérdida, de analizar sus razones y de procurar enmendar las causas. Es una misión personal, nada delegable ni en otros ni en la grey ni en el Estado ni en los clanes. Por otra parte, uno no sólo está harto de los silbidos agresivos y nada reconocedores que se escuchan con frecuencia por cualquier parte (verás ahora que toca elecciones) Uno está aburrido sobre todo de los aplausos a los propios, porque la mayoría aplaude sin motivos y como ovejas, dirigidos por el pastor y sus perros.
(De las imágenes: excepto el cuadro indicado de Saura, titulado La envidia, el resto son grabados de Goya)