Vivimos tiempos en Europa en que los populismos de ciertos gobiernos y de algunos que pretenden acceder a ellos claman cada vez más contra el inmigrante. Ver como enemigo a aquel que llegó para hacerse cargo de trabajos que muchos de dentro no querían es lo que se lleva. Y, lo que es peor, lo que empieza a fomentarse desde esas instancias políticas que, en su inutilidad por reconducir y solventar los problemas, buscan el caldo de cultivo del miedo, la inseguridad y la disputa de los puestos de trabajo con objeto de obtener votos. En España la falta de trabajo en general ha producido una especie de autorregulación, de tal manera que muchos inmigrantes que se instalaron legalmente vuelven a marcharse. Pero cuando se trata de hacer de los presupuestos del Estado una suerte de acoso y derribo sobre la ciudadanía, recortando por doquier las inversiones sociales y asistenciales, ya empiezan a decirse cosas como que los inmigrantes abusan de la sanidad pública, y se toman medidas para que los irregulares no sean atendidos. Después, ¿por dónde seguirá la perversidad de las decisiones autoritarias?
El tema está caldente y en nuestro país que, desgraciadamente, ha sido un país de emigración y de exilio, adquiere una dureza superior. Una sociedad azotada durante siglos por fuertes migraciones no debería olvidar lo que eso significó para tantas generaciones. El fenómeno de la condición del emigrante ya lo trató Bertolt Brecht que escribió el poema titulado Sobre la denominación de emigrantes.
"Siempre me pareció falso el nombre que nos han dado: emigrantes.
Pero emigración significa éxodo. Y nosotros
no hemos salido voluntariamente
eligiendo otro país. No inmigramos a otro país
para en él establecernos, mejor si es para siempre.
Nosotros hemos huido. Expulsados somos, desterrados.
Y no es hogar, es exilio el país que nos acoge.
Inquietos estamos, si podemos junto a las fronteras,
esperando el día de la vuelta, a cada recién llegado,
febriles, preguntando, no olvidando nada, a nada renunciando,
no perdonando nada de lo que ocurrió, no perdonando.
¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund! Llegan gritos
hasta nuestros refugios. Nosotros mismos
casi somos como rumores de crímenes que pasaron
la frontera. Cada uno
de los que vamos con los zapatos rotos entre la multitud
la ignominia mostramos que hoy mancha nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La última palabra
aun no ha sido dicha."
Nuestros gobernantes deberían palparse la ropa porque, como dice el poeta alemán, la última palabra no ha sido dicha todavía en el camino de injusticias y agravios de los hombres. De los de fuera y de los de dentro. La vida da muchas vueltas y el rencor permanece parejo a la necesidad.
* La obra reproducida es de la artista Mery Maroto.