hoy es siempre todavía

martes, 28 de agosto de 2012

Vida de encrucijadas, que no de ínsulas




"- Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.

A lo cual respondió don Quijote:

- Advertid hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos."

Valga este párrafo que aparece en el capítulo X del Quijote para recordar lo que ya se va sabiendo a medida que se avanza en edad y uno no se resigna a la inercia de las injusticias, de la corrupción y de las inmoralidades. El pensador, estudioso y hombre de acción Francisco Fernández Buey, fallecido el sábado, bien sabía lo que era una vida de encrucijadas, en la que está en juego la propia. Lo sabía por su trayectoria de pensamiento, de estudio, de acción política y en su vida íntima, con el sufrimiento por la muerte de seres queridos y la propia enfermedad. Se me ha ocurrido que lo mejor es traer aquí un artículo interesante publicado hace tres años, del que recibí copia del mismo Paco en su momento. Está cofirmado con su compañero de facultad Jordi Mir. Se titula ¿Es tan malo ser antisistema?





¿ES TAN MALO SER ANTISISTEMA?
Por Francisco Fernandez Buey y Jordi Mir


"Venimos observando que, en los últimos tiempos, los medios de comunicación de todo tipo han puesto de moda el término antisistema. Lo usan por lo general en una acepción negativa, peyorativa, y casi siempre con intención despectiva o insultante. Y aplican o endosan el término, también por lo general, para calificar a personas, preferentemente jóvenes, que critican de forma radical el modo de producir, consumir y vivir que impera en nuestras sociedades, sean estos okupas, altermundialistas, independentistas, desobedientes, objetores al Proceso de Bolonia o gentes que alzan su voz y se manifiestan contra las reuniones de los que mandan en el mundo.




Aunque no lo parezca, porque enseguida nos acostumbramos a las palabrejas que se ponen de moda, la cosa es nueva o relativamente nueva. Así que habrá que decir algo para refrescar la memoria del personal. Hasta comienzos de la década de los ochenta la palabra antisistema sólo se empleaba en los medios de comunicación para calificar a grupos o personas de extrema derecha. Vino a sustituir, por así decirlo, a otra palabra muy socorrida en el lenguaje periodístico: ultra. Pero ya en esa década la noción se empleaba principalmente para hacer referencia a las posiciones del mundo de Herri Batasuna en el País Vasco. En la década siguiente, algunos periódicos a los que no les gustaba la orientación que estaba tomando Izquierda Unida ampliaron el uso de la palabra antisistema para calificar a los partidarios de Julio Anguita y la mantuvieron para referirse a la extrema derecha, a los partidarios de Le Pen, principalmente, y a la llamada izquierda abertzale. Así se mataba de un solo tiro no dos pájaros (de muy diferente plumaje, por cierto) sino tres.



Esa práctica se ha seguido manteniendo en la prensa aproximadamente hasta principios del nuevo siglo, cuando surgió el movimiento antiglobalización o altermundialista. A partir de entonces se empieza a calificar a los críticos que se manifiestan de grupos antisistema y de jóvenes antisistema. Pero la calificación no era todavía demasiado habitual en la prensa, pues el periodista de guardia de la época, Eduardo Haro Teglen, en un artículo que publicaba en El País, en 2001, aún podía escribir: “Las doctrinas policiales que engendra esta globalización que se hace interna hablan de los grupos antisistema. No parece que el intento de utilizar ese nombre haya cundido: se utilizan los de anarquismo, desarraigo, extremismo, agitadores profesionales. Pero el propio sistema tendría que segregar sus modificaciones para salvarse él si fuera realmente un sistema y no sólo una jungla, una explosión de cúmulos”.



En cualquier caso, ya ahí se estaba indicando el origen de la generalización del término: las doctrinas policiales que engendra la globalización. Desde entonces ya no ha habido manifestación en la que, después de sacudir convenientemente a una parte de los manifestantes, la policía no haya denunciado la participación en ellas de grupos antisistema para justificar su acción. Pasó en Génova y pasó en Barcelona. Y también desde entonces los medios de comunicación vienen haciéndose habitualmente eco de este vocabulario.




El reiterado uso del término antisistema empieza a ser ahora paradójico. Pues son muchas las personas, economistas, sociólogos, ecólogos y ecologistas, defensores de los derechos humanos y humanistas en general que, viendo los efectos devastadores de la crisis actual, están declarando, uno tras otro, que este sistema es malo, e incluso rematadamente malo. Académicos de prestigio, premios Nobel, algunos presidentes en sus países y no pocos altos cargos de instituciones económicas internacionales hasta hace poco tiempo han declarado recientemente que el sistema está en crisis, que no sirve, que está provocando un desastre ético o que se ha hecho insoportable. Evidentemente, también estas personas son antisistema, si por sistema se entiende, como digo, el modo actualmente predominante de producir, consumir y vivir. Algunas de estas personas han evitado mentar la bicha, incluso al hablar de sistema, pero otras lo han dicho muy claro y con todas las letras para que nadie se equivoque: se están refiriendo a que el sistema capitalista que conocemos y en el que vivimos unos y otros, los más moran o sobreviven, es malo, muy malo.



Resulta por tanto difícil de entender que, en estas condiciones y en la situación en que estamos, antisistema siga empleándose como término peyorativo. Si analizando la crisis se llega a la conclusión de que el sistema es malo y hay que cambiarlo, no se ve el motivo por el cual ser antisistema tenga que ser malo. El primer principio de la lógica elemental dice que ahí hay una incoherencia, una contradicción. Si el sistema es malo, y hasta rematadamente malo, lo lógico sería concluir que hay que ser antisistema o estar contra el sistema. Tanto desde el punto de vista de la lógica elemental como desde el punto de vista de la práctica, es indiferente que el antisistema sea premio Nobel, economista de prestigio, okupa, altermundista o estudiante crítico del Proceso de Bolonia.





Si lo que se quiere decir cuando se emplea la palabreja es que en tal acción o manifestación ha habido o hay personas que se comportan violentamente, no respetan el derecho a opinar de sus conciudadanos, impiden la libertad de expresión de los demás o atentan contra cosas que todos o casi todos consideramos valiosas, entonces hay en el diccionario otras palabras adecuadas para definir o calificar tales desmanes, sean éstos colectivos o individuales. La variedad de las palabras al respecto es grande. Y eligiendo entre ellas no sólo se haría un favor a la lengua y a la lógica sino que ganaríamos todos en precisión. Y se evitaría, de paso, tomar la parte por el todo, que es lo peor que se puede hacer cuando analizamos movimientos de protesta."




* Las ilustraciones son obra de Camino Roque. 

* En la fotografía, Francisco Fernández Buey.



jueves, 23 de agosto de 2012

Oficios de supervivencia



"Pero entre todos los modos de vivir, ¿qué me dice el lector de la trapera que con un cesto en el brazo y un instrumento en la mano recorre a la madrugada, y aun más comúnmente de noche, las calles de la capital? Es preciso observarla atentamente. La trapera marcha sola y silenciosa; su paso es incierto como el vuelo de la mariposa; semejante también a la abeja, vuela de flor en flor (permítaseme llamar así a los portales de Madrid, siquiera por figura retórica y en atención a que otros hacen peores figuras que las debieran hacer mejores). Vuela de flor en flor, como decía, sacando de cada parte sólo el jugo que necesita; repáresela de noche: indudablemente ve como las aves nocturnas; registra los más recónditos rincones, y donde pone el ojo pone el gancho, parecida en esto a muchas personas de más decente categoría que ella; su gancho es parte integrante de su persona; es, en realidad, su sexto dedo, y le sirve como la trompa al elefante; dotado de una sensibilidad y de un tacto exquisitos, palpa, desenvuelve, encuentra, y entonces, por un sentimiento simultáneo, por una relación simpática que existe entre la voluntad de la trapera y su gancho, el objeto útil, no bien es encontrado, ya está en el cesto. La trapera, por tanto, con otra educación sería un excelente periodista y un buen traductor de Scribe; su clase de talento es la misma: buscar, husmear, hacer propio lo hallado; solamente mal aplicado: he ahí la diferencia."




No es tan antiguo el personaje de la trapera, del que habla Mariano José de Larra en 1835 en un artículo titulado Modos de vivir que no dan de vivir. Yo lo he llegado a conocer aún, versión masculina, en la época de la autarquía económica del franquismo. Proclamaban su oficio por las calles, cuando aún el consumo era elemental y la ropa se heredaba entre hermanos y los muebles tenían que durar toda la vida. Sin embargo siempre había algo que se quedaba definitivamente viejo y estropeado: una mesa, unas sillas, un brasero, un abrigo apolillado. Tras la imagen lejana de la trapera se adivinan los husmeadores de contenedores de basura de nuestros días. No tanto un oficio de vivir que no da de vivir como un modo de supervivencia cotidiano. Lo que hace un lustro parecía ejercicio de los sin techo o de gitanos venidos del Este es ahora práctica ordinaria entre ciudadanos autóctonos de toda la vida, que actúan, eso sí, con mayor o menor discreción y que no rebajan su porte en el vestir o la manera en aproximarse a los puntos de basura.




Aquella frasecita que siempre me ronda: lo increíble es que nos ocurra a nosotros ya nos ocurre. El otro día me quedé paralizado cuando vi levantar las tapas de contenedores, a pleno día, a un antiguo compañero de colegio, dibujante excelente de la clase al que, probablemente, no le ha sonreído la vida. Es posible que una parte de de estos buscadores de desechos actuales busquen y rebusquen para vender de segunda mano o como chatarra, tras una selección, los objetos de los que hemos decidido prescindir en nuestras casas. Pero otro sector, más mayoritario, busca diariamente a la puerta de supermercados alimentos con envases rotos, lácteos con fechas próximas de caducidad, fruta que no va a llegar bien al día siguiente… Leo por algún sitio, para más inri, que en algunas ciudades encima las autoridades multan a los que persiguen esa comida. Naturalmente, la contradicción añadida reside en que los hogares españoles no aprovechan al cien por cien los alimentos u otros objetos domésticos. Se despilfarra en gastos superfluos, se desperdician alimentos, se compran objetos innecesarios o se multiplican los que ya se tienen y aún están en buen uso, Se consume en exceso, en fin, mientras otros humanos se matan por cubrir necesidades perentorias. Pero el límite de ese sobreconsumo está ahí ya, y los recortes que imponen desde arriba están llegando a los bolsillos. 



Yo creo que el problema, tal como va la situación del país y el extremado número de desempleados (casi seis millones) sólo está en una fase inicial, y lo que vamos a ver por las calles y en las puertas de los centros de ayuda y beneficencia va a ser de órdago. Naturalmente, en este panorama no cuenta el número elevadísimo de ciudadanos de todas las edades que son mantenidos de puertas adentro por las pensiones del abuelo o por el sueldo de un solo miembro de la familia del que chupan el resto o por la prestación del paro, es decir, lo que se llama calladamente el colchón social. Éste es el que evita que las dificultades rompan las paredes de los hogares y estalle abiertamente una explosión colectiva. Pura biología de la sociedad, donde el Estado es deficitario y se muestra cada vez más con su rostro totalitario (¿qué otra cosa es, si no, la política de recortes y tributaria que por narices tenemos que soportar?), la gran empresa privada está a su negocio de abaratar todo lo posible sus costos a costa de los empleos y las instituciones intermedias no quieren enterarse. El reino del amor y de la justicia, vamos.




* Las fotografías en blanco y negro son obra de la norteamericana Dorothea Lange.



domingo, 19 de agosto de 2012

19 de agosto en un barranco




Setenta y seis años después, ¿quién olvida a Federico? ¿Hay aún desmemoriados que están dispuestos a ignorar el precio? ¿Hay aún ingratos que no quieren nombrarle? ¿Hay todavía analfabetos que ignoran el fermento que generaron sus palabras? ¿Hay aún impíos que no se reconocen en lo que aconteció? ¿O acaso permanecen los cobardes a los que hiere su ejemplo? ¿Hay desdichados que no reconocen su fidelidad a las fuentes de la vida? ¿Hay infelices que no saben disfrutar de su poesía? ¿Quedan ponzoñosos que son incapaces de beber la alegría de sus versos? Yo no puedo callar. Solo sé reconocerle en su obra, es verdad, y emocionarme en la ternura de sus palabras que elevan mi calidad de hombre. Elijo esta canción de Federico García Lorca, entre su extenso poemario, pues tal parece una canción. Premonitoria de su mismo final. Sólo los poetas grandes escriben sobre otros sintiendo que son ellos mismos. Y la declamo.




ALMA AUSENTE

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.



martes, 7 de agosto de 2012

Y sin embargo, algo parece moverse




“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las judías, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de las medicinas, dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.




Lo dijo Bertold Brecht y viene bien recuperarlo si sirve de reflexión en estos tiempos inciertos que corren en nuestro país. Y que no sabemos aún a dónde pueden llegar. Se ha edulcorado durante los últimos meses el proceso de paulatino hundimiento social (ya saben, otros le mencionan con el eufemismo de rescate y salvación), que está teniendo fuertes protestas y resistencia, con el campeonato europeo de fútbol y ahora con las Olimpíadas. La cultura romana, que fue una gran cultura de arquitectos, también lo fue de arquitectura política, y asentaron la táctica del pan y circo que tan buenos resultados les dio.

Pues bien, a propósito de juegos olímpicos, hoy nos enteramos de que sube al podio, entre los tres primeros del mundo, uno de los atletas españoles del negocio más hábiles de nuestra historia. Amancio Ortega se coloca tras el magnate mexicano Slim y tras Bill Gates. Estos son los ganadores olímpicos de verdad, los corredores de fondo con sus luces y sombras, pero con grandes beneficios en sus negocios y en sus patrimonios, y que pueden presumir de estar por encima del bien y del mal (es un decir) A falta de mejores resultados deportivos, la administración española podrá hacer ostentación del dueño de Inditex, por ejemplo. A falta de justicia y desarrollo social en la base de la pirámide, podrán ejercitar la antigua demagogia del ránking del orgullo.



Pero hoy se ha producido también otro acontecimiento, de momento minoritario, pero que en caso de cundir pueden inquietarse nuestras autoridades y muchos empresarios de las grandes cadenas de distribución. Da la sensación de haber sido una pequeña demostración de fuerza o de denuncia o simplemente un gesto montaraz, pero podría ser también el principio de una práctica que vaya a más. Jornaleros de un sindicato del campo andaluz han entrado en un centro de Mercadona en Écija y en otro de Carrefour en Arcos de la Frontera y han llenado varios carritos con alimentos de primera necesidad que a continuación han entregado en el Banco de Alimentos. Se pueden extraer algunas conclusiones. Una, la audacia y el paso adelante de grupos de gente que se convierten en una especie de Robin de los bosques. Otra, que sí que tienen que estar mal las cosas por allí abajo para dar este salto un tanto a la desesperada o de auto organización, según se vea, e ir a entregar productos a los necesitados. Otra más, que el ejemplo pudiera cundir por otras zonas del país y a ver qué pasa entonces.




Conectando con la idea de Brecht del principio encontraba una respuesta el domingo en El País Semanal del artista de la fotografía Daniel Canogar. A la pregunta "¿qué nos pasa, qué nos está pasando?" Canogar respondía: "Tenemos demasiado metida la burocratización. Hay una tendencia social a aceptar el sistema establecido, a verlo como inamovible. No se estimula el pensamiento independiente. España tiene esa cosa de extremos, una masa extremadamente borreguil, y luego, individualidades extremadamente brillantes, que las hay y de alguna forma nos salvan."

De esta manera sencilla pero irrefutable, el artista actualizaba las críticas que hace casi dos siglos ya efectuara el escritor Mariano José de Larra, por ejemplo, que ponía sagazmente el dedo en la llaga de la pereza española, uno de los grandes males de nuestra idiosincrasia, junto con el desinterés, la aceptación de lo que hay, el lema vago de ya lo harán otros y la falta de compromiso individual.



Si pensamientos y observaciones como los de Canogar se extienden, ¿quién nos dice que algo no se está moviendo en la sociedad española, con el antecedente ahora silente de toda la movida del 15M, que de momento parece brisa pero que en cualquier ocasión se puede convertir en vendaval? Ahora bien, si el vendaval tiene racionalidad, es participado por muchos hombres y mujeres del país y sabe hacia dónde debe obligar a girar la veleta acaso se saque algo positivo y renovador de esta falsa quietud y paz social que va a ser cada vez más puesta en riesgo por el huracán de las medidas de la UE y del Gobierno. Que en el fondo, no engañarse, desean no una ciudadanía sino una grey de sumisos y condescendientes. Eso sí, muy productivos y muy consumidores.





 * Las geniales ilustraciones son obra del pintor mexicano Sergio Garval