“Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.
Y también nos hemos procurado frecuentes descansos para nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebrados a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite propio, no menos que los bienes de los demás hombres.”
Lo cuenta Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, y forma parte del llamado Discurso fúnebre de Pericles, pronunciado por éste en honor de los atenienses que perecieron en la guerra. Discurso idealizado, sin duda y, como es frecuente en los discursos, donde se subliman los aspectos positivos de los propios. Eso no quita un trasfondo de verdades y esfuerzos dignos de haber pasado a la Historia. Y me pega recordarlo en un momento de afrenta económica entre Estados, donde la bondad se relega, la solidaridad tiene precio, la crudeza se manifiesta en toda su extensión y la imposición se convierte en trágala.
Porque uno tiene la sensación, ante lo que acontece entre la Unión Europea y Grecia que se ha llegado a un punto en que el Estado deja de existir. O al menos se ve obligado a hacer tal tipo de concesiones que le hacen cautivo de otras instancias internacionales. Si el control de la economía llega a ser ejercido desde el exterior a ese Estado éste pierde la fuerza nuclear del desarrollo social del país. Que Alemania exija, como leía ayer, que se fiscalicen a través de una autoridad de la UE los presupuestos griegos no indica solo lo lejos y mal que han ido las cosas, sino que establece un precedente serio.
Porque es probable que eso signifique también por dónde van a ir los tiros en el futuro. Resulta que, paralelamente, las recaudaciones fiscales de Grecia tendrían que ir dirigidas ante todo a cumplir con los vencimientos de su deuda. Asombroso, pues. ¿Cómo se va a cumplir entonces el compromiso con los ciudadanos y realizar las necesarias inversiones públicas? ¿Sumiéndoles en la pobreza? El Estado queda cuestionado como tal en su independencia y no precisamente a través de un pacto, como en todo caso una nueva Constitución europea podría precisar, sino por un o lo tomas o lo dejas, o mejor dicho elijas lo que elijas no te dejamos. Hay millonadas en juego que ni la UE ni las finanzas están dispuestas a regalar.
(Del film de Theo Angelopoulos Paisaje en la niebla, director fallecido en accidente hace unos días)
Tiempos convulsos, donde entre la extorsión de los fuertes, el cinismo de los anglosajones (causantes de la crisis presente con sus intereses por la permanencia de los paraísos fiscales), el tira y afloja entre organismos financieros y la debilidad de la segunda Europa están llevándose por delante los cimientos políticos y constitucionales tradicionales. No, la Historia no acabará por ello. Simplemente, será de otra manera. Pero mientras, a Grecia, a sus ciudadanos, les toca padecer. Aunque otros países que todos sabemos pueden ir detrás.