País de propietarios éste. Se llamen elegidos del Señor o elegidos por el Pueblo (¿o debe ser con minúsculas?) el afán de hacer propiedad suya el bien público y ajeno es una costumbre histórica y notablemente arraigada. Ya nos tenían acostumbrados unos a inmatricular como propiedades particulares lo que nunca fue de ellos (el caso de la Mezquita cordobesa va en camino paralelo) y otros a privatizar para sus amigos banqueros o usureros bienes inmuebles, terrenos, empresas, etcétera. Vamos, ambos sectores parecen salido de la misma universidad del Apropiamiento y Uso Indebido (pongo mayúsculas por si alguna vez se reconoce y oficializa un ente con ese nombre)
Pues bien, ahora ha estado a punto de llegar a buen puerto una ocurrencia del Presidente del Gobierno de Extremadura que, si bien no iba a vender definitivamente nada sí parecía humear el sentido de esto es mío y hago con ello lo que me da la gana. Querían ceder el anfiteatro romano para un campeonato de pádel. No sé si las críticas llovidas o el año electoral pesadote que nos cae encima han decidido que no se salte de gladiadores y abandono a pádel. Hoy día, y así llevamos cuarenta años, en nombre del turismo y de que lleguen certámenes, congresos y visitantes a nuestras ciudades se pueden hacer desde tonterías hasta barbaridades.
Pues bien, ahora ha estado a punto de llegar a buen puerto una ocurrencia del Presidente del Gobierno de Extremadura que, si bien no iba a vender definitivamente nada sí parecía humear el sentido de esto es mío y hago con ello lo que me da la gana. Querían ceder el anfiteatro romano para un campeonato de pádel. No sé si las críticas llovidas o el año electoral pesadote que nos cae encima han decidido que no se salte de gladiadores y abandono a pádel. Hoy día, y así llevamos cuarenta años, en nombre del turismo y de que lleguen certámenes, congresos y visitantes a nuestras ciudades se pueden hacer desde tonterías hasta barbaridades.
Todo este episodio menor, que no ha cuajado pero que da idea del campar a sus anchas, hoy un poquito fiscalizados, eso sí, los de siempre, me ha traído a la memoria un artículo de Mariano José de Larra sobre cierta visita a Mérida en 1835. Extraigo un trozo pleno de jocosidad y a la vez de tristeza, pues también en él se advierte el nivel cultural de los españoles.
"...El trozo mejor conservado es el circo; las ruinas han desigualado el terreno sin embargo, elevándolo sobre su antiguo nivel hasta el punto de enterrar varias de las puertas que le daban entrada; pero se distinguen todavía enteras muchas de las divisiones destinadas a las fieras y a los reos y atletas; la gradería, perfectamente buena a trechos, parece acabarse de desocupar, y cree uno oír el crujido de las clámides y las togas barriendo los escalones.
-Ésta era -me dijo mi cicerone- la plaza de los toros; por allí salía el toro -me añadió, indicándome una puerta medio terraplenada- y por aquí -concluyó en voz baja y misteriosa, enseñándome la jaula de una fiera- entraban el viático cuando el toro hería a alguno de muerte.
Una ruidosa carcajada que no fui dueño de contener resonó por el ancho y destrozado circo, y pasamos a ver el anfiteatro, peor conservado, el hipódromo, apenas reconocible por la meta, y de allí nos dirigimos hacia la vía romana, vulgo en el país calzada romana; aquí es tradición que debe de haber muchos sepulcros: se han hallado efectivamente algunos. Sabida es la costumbre de los romanos de colocar los sepulcros a orillas de los caminos, por la cual ellos solían en sus epitafios dirigir la palabra a los pasajeros."
País chusco y risueño si no hubieran pasado tantas cosas.