(Mujeres, mural de Luis Quintanilla)
A propósito del aniversario de la muerte de Antonio Machado he vuelto a oír alguna opinión sobre el retorno de sus restos a España. No he prestado mucha atención, la verdad. ¿Qué sentido tendría? ¿Montar una parafernalia a cargo del presupuesto público para brindis de los políticos que tocan gobierno y parezcan más de lo que son? ¿Enterrar su memoria definitivamente en el panteón de hombres ilustres de La Almudena, por ejemplo? ¿Integrar después de muerto el valor que no pudo la derecha cainita tragar en vida?
No, hombre, no. La verdad de su muerte y de su lugar de enterramiento va vinculada a la verdad de su obligado exilio. Dejemos que las verdades habiten para enseñanza de los torpes de corazón y de los listos que quieren olvidarlo todo. Además, yo siempre he defendido que si hay un valor en el símbolo de un exiliado es el peregrinaje y la evocación ausente. No para pedir favores (algo he oído también sobre la conversión de la tumba machadiana en una especie de sepulcro a lo Jim Morrison) sino para que el aliciente de la memoria de lo que fue y por qué fue permanezca fresca y auténtica. Y qué historias, la verdadera peregrinación es a su obra.
Por eso me deleito cada día con algún párrafo de su Juan de Mairena. ¿Para entender al maestro Antonio? De paso. Pero sobre todo, para comprender a la España que nos toca siempre sufrir. Y, créanme, cómo disfruto y qué actuales me parecen sus irónicas aseveraciones. La nada de su materia física que se quede donde está.