hoy es siempre todavía

martes, 30 de julio de 2013

Treinta años del último suspiro de Luis Buñuel




Treinta años hizo ayer de la muerte de Luis Buñuel. Vivió ochenta y tres años intensos y creativos. ¿Por qué no llamarlos lujosos? No lujo por la posesión de bienes ni vivir en el mejor de los mundos posibles, sino por su creatividad. Por el aprovechamiento de las experiencias que un siglo tan convulso, cambiante y de muchas facetas le proporcionó. Luis Buñuel es para muchos de nosotros un icono: un Quevedo, un Goya, un Larra, un Antonio Machado…Alguien que interpreta al humano y abre nuevas visiones sobre él. En este caso con el lenguaje cinematográfico. Nada puedo aportar sobre su obra. Solo transmitir mi entusiasmo y reconocimiento. Pero por otra parte, también mi pesar por el hecho de que su filmografía no sea vista periódicamente por viejas generaciones y, sobre todo, que no se la haga llegar a las nuevas. 

He recogido de su libro de memorias, titulado Mi último suspiro, los párrafos finales. Buñuel no era literato y su amigo guionista Jean-Claude Carrière le ayudó a transcribirlas. Les imagino juntos trabajando en esa tarea y pasándolo pipa. Al recoger los párrafos finales donde hace referencia a lo que piensa de la muerte no lo hago ni por motivo de esos treinta años transcurridos desde la suya propia, ni por razones escatológicas. Es que me parece una visión sencilla, socarrona, humorística y deconstructiva respecto a ese acontecimiento que todos tememos tanto. 




"Sin ilusión sobre la muerte, a veces me interrogo, no obstante, por las formas que puede adoptar. Me digo a veces que una muerte repentina es admirable, como la de mi amigo Max Aub, que murió de pronto mientras jugaba a las cartas. Pero de ordinario, mis preferencias se dirigen a una muerte más lenta, más esperada, permitiendo saludar por última vez a toda la vida que hemos conocido. Desde hace varios años, cada vez que abandono un lugar que conozco bien, donde he vivido y trabajado, que ha formado parte de mí mismo, como París, Madrid, Toledo, EL Paular, San José de Purúa, me detengo un instante para decir adiós a ese lugar. Me dirijo a él, digo, por ejemplo: “Adiós, San José. Aquí conocí momentos felices. Sin ti, mi vida hubiera sido diferente. Ahora me voy, no te volveré a ver, tú continuarás sin mí, te digo adiós”. Digo adiós a todo, a las montañas, a la fuente, a los árboles y a las ranas. 

Claro está que a veces regreso a un lugar del que ya me he despedido. Pero no importa. Al marcharme, lo saludo por segunda vez. 




Así es como quisiera morir, sabiendo que, esta vez, no volveré. Cuando, desde hace algunos años, me preguntan por qué viajo cada vez menos, por qué no voy a Europa sino muy raramente, respondo: «Por miedo a la muerte.» Me responden que hay tantas probabilidades de morir aquí como allí, y yo digo: «No es el miedo a la muerte en general. Usted no me comprende. En realidad, me da igual morir. Pero que no sea durante un traslado.» Para mí, la muerte atroz es la que sobreviene en una habitación de hotel, en medio de maletas abiertas y de papeles desordenados.

Igualmente atroz, y quizá peor, me parece la muerte largo tiempo diferida por las técnicas médicas, esa muerte que no acaba. En nombre del juramento de Hipócrates, que coloca por encima de todo el respeto a la vida humana, los médicos han creado la más refinada de las torturas modernas: la supervivencia. Eso me parece criminal. Yo he llegado a compadecer a Franco, a quien se mantuvo artificialmente vivo durante meses, a costa de sufrimientos increíbles. ¿Para qué? Si bien es cierto que los médicos nos ayudan en ocasiones, la mayor parte de las veces son money-makers, hacedores de dinero sometidos a la ciencia y el horror de la tecnología. Que se nos deje morir, llegado el momento, e, incluso, que se nos dé un empujoncito para partir más aprisa. 




Dentro de muy poco tiempo, estoy convencido de ello, lo espero, una ley autorizará la eutanasia bajo ciertas condiciones. El respeto a la vida humana no tiene sentido cuando conduce a un largo suplicio para el que se va y para los que se quedan. 

Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero. 




Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento? 

Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba."



Adjunto enlace que puede interesar:  http://www.luisbunuel.org/inicio/bunuel1.html



(Escena de la película El ángel exterminador)

martes, 16 de julio de 2013

El historiador Ángel Viñas, visto por el historiador Sebastiaan Faber





“No hay uno solo de de los historiadores neoconservadores o neofranquistas que no manipule o distorsione la evidencia histórica. Lo que venden son mentiras descaradas. Esto suena duro, lo sé, pero lo he demostrado una y otra vez. En España, los mitos propagados por el franquismo han sobrevivido, convenientemente actualizados, y se movilizan en los conflictos políticos de hoy. Si la Guerra Civil es todavía origen de controversia, se debe a que la derecha no desea remover un pasado sangriento que la hace aparecer bajo una luz negativa. Solo por dar un ejemplo, uno de los biógrafos más serviles de Franco es miembro de la Real Academia de la Historia [Luis Suárez]. Como si fuera lo más normal del mundo”. 





Ángel Viñas no tiene miedo de decirlo tal y como son las cosas y tiene poca paciencia con la estupidez. Uno de los historiadores más prolíficos de las últimas dos décadas, Viñas ha emprendido ingentes proyectos de investigación y ha cruzado su espada con poderosos adversarios. Con todo, dado que poca de su obra está disponible en inglés, Viñas es menos conocido fuera de España de lo que su envergadura justifica. Su energía parece no tener límites: en los últimos diez años ha publicado o dirigido más de una docena de libros substanciales sobre la Guerra Civil. Entre ellos se cuenta una historia en cuatro volúmenes, 2.600 páginas, de la Segunda República asediada (2006-2009) [1] que Helen Graham ha llamado “magistral”, y que Gabriel Jackson describió en estas páginas como “sin duda, los estudios de archivo más detallados y plenamente documentados sobre las reacciones diplomáticas y militares internacionales que siguieron al estallido de la Guerra Civil”. Cuando en 2011, la Real Academia de la Historia publicó los primeros 25 volúmenes de su controvertido Diccionario Biográfico Español, financiados con fondos públicos —y cuyos textos estaban plagados de errores y nunca fueron adecuadamente revisados; la entrada sobre Franco no caracterizaba al Generalísimo como dictador —, fue Viñas quien congregó a un equipo de historiadores para elaborar rápidamente una recopilación alternativa más rigurosa. El contradiccionario de 976 páginas, titulado En el combate por la Historia [Pasado y Presente, Barcelona, 2012] se publicó en abril. Este pasado octubre el profesor Viñas interrumpió brevemente los muchos proyectos que se acumulan sobre su mesa de trabajo en Bruselas —entre ellos, nuevas investigaciones sobre el bombardeo de Guernica y una reedición española de la obra pionera de Herbert Southworth — para hablar con The Volunteer. 




La historiografía como campo de batalla, el historiador como combatiente por la verdad: la imagen parece adecuada para el campo de de los estudios de la Guerra Civil hoy en día y para la obra de Viñas en particular. Nacido en 1941, Viñas se considera un historiador a la vieja usanza. A lo largo de su carrera, ha insistido en la necesidad de investigar rigurosamente tomando como base las evidencias de primera mano del periodo, lo que llama evidencia primaria relevante de época. Su principal objetivo está bien definido. Quiere descubrir qué sucedió realmente, por qué sucedió y explicarlo tan claramente como pueda a un público lo más amplio posible. “En mi opinión,” dice Viñas, “el único modo de avanzar lo constituye la investigación primaria, para abrir nuevas rutas, señalar nuevas direcciones y mejorar anteriores interpretaciones del pasado. La investigación primaria abre puertas, no las cierra. Por supuesto, no es la única forma de escribir Historia. Aplicar nuevos paradigmas también puede deparar nuevos resultados. Pero yo soy un historiador al que le gusta estar cerca de realidades concretas, tratando de encontrar nuevas respuestas a viejas preguntas”. 




Viñas combinó en un principio su investigación con la carrera diplomática. Se enamoró de los archivos a finales de los años 60, cuando como joven diplomático destinado en Bonn le pidieron que escribiera un artículo sobre la financiación nazi del esfuerzo de guerra franquista. “Cuando entré en los archivos del Auswärtiges Amt (Ministerio de Asuntos Exteriores)”, recuerda, “supe que se trataba de un flechazo”. Este proyecto de investigación se convirtió en la tesis doctoral y el primer libro de Viñas, publicado en 1974 (La Alemania nazi y el 18 de julio, Alianza Editorial, Madrid). A continuación afrontó el tan mistificado episodio del “Oro de Moscú” —la controvertida transferencia a la Unión Soviética, por parte de las autoridades republicanas, de parte del Tesoro español. Viñas trabajó después sobre relaciones internacionales, sobre todo en torno a la alianza entre Franco y los Estados Unidos de los años 50, pasó veinte años trabajando para la Unión Europea, y cinco años de embajador en las Naciones Unidas en Nueva York. Vive actualmente en Bruselas. Y felizmente: “Estoy lejos del barullo de España. Vivir aquí me permite concentrarme en escribir, que es lo que hago doce horas al día, siete días a la semana”. 




La obra de Viñas es una lectura que revigoriza. Escribe una prosa directa, combativa, con pocas cautelas. No teme introducir una nota ocasional de divertida malicia. En La conspiración del general Franco (Crítica, Barcelona, 2012), por ejemplo, reconviene al conocido y prolífico historiador norteamericano Stanley Payne por su falta de rigor. Payne y Viñas llevan dándose topetazos durante algún tiempo. En años recientes, Payne ha hablado desdeñosamente de los historiadores académicos españoles mientras abogaba por aficionados “revisionistas” de derechas como Pío Moa o César Vidal. Resulta interesante, señala Viñas, que Payne, que “ha extendido su manto protector para cubrir algo que es verdadera pornografía histórica”, casi nunca haya utilizado más que fuentes secundarias. 

Desde luego, la clave de la solidez de Viñas reside en el amplio uso que hace de fuentes primarias de una gran cantidad de archivos españoles y extranjeros. Igual importancia tiene su insistencia en que ningún aspecto del conflicto puede explicarse sin tener en cuenta el complejo contexto internacional de la guerra, un contexto determinado por poderosos intereses tanto políticos como económicos. Al reconstruir los intensos esfuerzos diplomáticos que preceden y siguen inmediatamente al estallido de la guerra, por ejemplo, no deja dudas acerca de la tremenda diferencia entre el rechazo categórico por parte de las potencias occidentales a respaldar a la acosada República y la casi inmediata disponibilidad de los regímenes fascista y nazi a comprometer ayuda militar. Basándose en amplia evidencia, Viñas explica esa diferencia primordialmente en función de cómo se percibe el interés nacional y político. 




Los antecedentes del autor y su pericia como funcionario le ayudan a entender su material, pero también a dar forma a su enfoque. Le interesa en última instancia lo que impulsa a quienes toman las decisiones: dirigentes políticos y económicos, así como diplomáticos y mediadores. Al haber vivido las instituciones desde dentro, no se hace ilusiones sobre el calibre moral de sus motivaciones. Viñas también resulta excepcionalmente bueno reconstruyendo los flujos de información: la forma en que cartas, informes y conversaciones personales configuraron la percepción de los líderes sobre lo que estaba aconteciendo en España. Esto le permite, por ejemplo, a lo largo de treinta páginas del segundo volumen de su serie sobre la República una valoración desacostumbradamente matizada de los puntos de vista y de las decisiones de Stalin en relación con la República. 

Viñas cree encarecidamente que escribir la historia de España es tarea de historiadores españoles. “La batalla por la verdad tiene que librarse en España, por parte de los españoles. No hay nada extraño en esto: es la norma en todas las naciones. Mire Francia, Inglaterra o Alemania”. A buen seguro, reconoce las importantes aportaciones a la historia de la Guerra Civil hechas por historiadores de fuera de España. Pero su relativa relevancia en los años de postguerra fue una anomalía, debida a la graves restricciones que imponía el régimen de Franco a la historiografía española. Afortunadamente, la situación lleva ya tiempo normalizada. “Los avances más importantes provienen hoy de historiadores españoles. Esto no es más que algo lógico; al fin y al cabo, casi todos los archivos están en España, y son ahora casi todos accesibles. Dicho esto, lejos de mí negar las aportaciones de los historiadores no españoles. Aprecio enormemente su labor”. 




¿Por qué entonces esta actitud crítica hacia Payne? “Tenía por Payne el mayor de los respetos como historiador y solía ser ávido lector de sus obras. En términos académicos, mi dosis de respeto ha menguado. Payne no hace investigación de archivo. Y lo que necesitamos precisamente en este momento es fundamentar interpretaciones históricas sobre evidencias de primera mano de los archivos. Pero esa no es la peor parte. Aunque opera todavía so capa de rigor erudito, en la actualidad Payne es poco más que un producto y un defensor de la visión conservadora que insiste, contra toda evidencia, en culpar a la izquierda y a los reformistas republicanos del estallido de la Guerra Civil. Desde un punto de vista académico, la metodología y los presupuestos de Payne no tienen, sencillamente, fundamento. Y la protección que otorga a los payasos neofranquistas que se llaman historiadores es, la verdad, bastante repelente. 

Ciertamente, pocas cosas irritan más a Viñas que “las sandeces que algunos autores siguen difundiendo como si no hubiera pasado el tiempo”: el conjunto de ideas fundamentalmente erradas sobre la Guerra Civil que, pese a haberse demostrado que carecen de base, llevan circulando desde los años 30 y se niegan obstinadamente a desaparecer. La noción, por ejemplo, de que las políticas de no intervención salvaron a España de caer en una revolución y de un futuro como satélite de la Unión Soviética. O la idea de que las políticas de no intervención de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos — su traición a la Segunda República Española, en una palabra— se viera impulsada por alguna otra cosa que no fuera “una política salvaje de protección del interés nacional, sazonada de connotaciones ideológicas, políticas y de clase, y sesgadas por análisis erróneos o prejuiciosos de la realidad española”. 




“La historiografía franquista, que todavía ejerce una tremenda influencia sobre los historiadores conservadores de la Guerra Civil, opera por medio de un mecanismo que yo, junto al profesor Alberto Reig Tapia, he llamado ejercicio de proyección. Por ello entiendo que los franquistas atribuyen el comportamiento de su propio bando a sus oponentes políticos o militares. De este modo encuadran la reacción republicana a la rebelión militar como resultado de un proyecto revolucionario, cuando en realidad se trató de un estallido espontáneo, respuesta a una sublevación militar cuidadosamente planeada y en buena medida incitada por partidarios civiles. Acusan a la República de solicitar ayuda extranjera —es decir, soviética— con el fin de imponer un Estado totalitario, cuando la verdad es que fueron los monárquicos los que comprometieron material de guerra de los italianos antes de la sublevación. Hablan de la creación de una ‘república popular’avant la lettre, controlada por los comunistas, mientras que en realidad fue la derecha la que generó el fascismo español que realmente existió. Condenan la matanza de españoles patriotas, cuando fueron los militares rebeldes los que empezaron de inmediato a masacrar a sus adversarios. Denuncian la supuesta dependencia de la República respecto a Stalin para distraer de la dependencia mucho mayor de Franco respecto a Hitler y Mussolini. Vemos cómo funciona el mismo mecanismo en el caso del bombardeo de Guernica en abril de 1937. De la destrucción se culpó a los ‘vascos bolchevizados’ o a las ‘huestes de dinamiteros asturianos’, pero en realidad el bombardeo fue resultado de órdenes directas emitidas por el mando del Ejército del Norte a la Legión Cóndor nazi”. Todas estas afirmaciones se basan en evidencias laboriosamente recogidas de archivos españoles y extranjeros. 




¿Es más difícil ser historiador de la Guerra Civil Española que, digamos, de la II Guerra Mundial o la Edad Media? “Sí, lo es. Tiene que ver en primer lugar con el hecho de que se tardara tanto en abrir los archivos a la investigación. Sólo después de la muerte de Franco se instauró la libertad de investigar y escribir. Y luego, como ya he dicho, está el problema de las posiciones ideológicas del neofranquismo, que siguen teniendo sus repercusiones. A día de hoy, es probable que un historiador que esté en desacuerdo con estas posturas tenga que soportar las arengas de la derecha, lo cual sería impensable en el contexto de la II Guerra Mundial. Nadie en su sano juicio pensaría en motejar de de ‘antinazis’ o ‘antifascistas’ a los historiadores franceses, británicos o norteamericanos que han analizado los mecanismos de las dictaduras nazi y fascista”. 

¿Qué piensa Viñas de las iniciativas de base de “recuperación de la memoria histórica” que han brotado por toda España desde finales del siglo XX? “El llamado movimiento por la memoria histórica está estrechamente relacionado con el esfuerzo colectivo por sacar a la luz las dimensiones ocultas de la represión franquista extremadamente severa durante el periodo de la guerra y la postguerra. Estos esfuerzos son muy importantes. Lo que me sorprende es que, pese a todo el trabajo hecho, la mayoría de los historiadores extranjeros todavía no reconozca el hecho de que España formó parte de lo que Timothy Snyder, en referencia a Europa Oriental, ha llamado Tierras de sangre [2] —la victimización masiva de civiles a manos de poderosas estructuras militares y estatales —si bien en distinta constelación y en una parte diferente de Europa”. Por suerte, Paul Preston ha expuesto el caso español al público lector de lengua inglesa. 




Hace un año Viñas se jubiló de su puesto de catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, continúa orientando a jóvenes historiadores. Entre sus discípulos se cuenta Fernando Hernández Sánchez, con el que escribió El desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2010) y que publicaría luego una historia pionera del Partido Comunista durante la Guerra Civil (Guerra o revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil, Crítica, Barcelona, 2010). Observador de la actualidad española desde su mirador septentrional de Bruselas, Viñas ve pocos motivos para el optimismo. Le preocupa su país. El futuro pinta especialmente sombrío en el caso de la universidad española y la investigación académica. “La universidad franquista estaba corrompida. Era un subproducto de las relaciones de poder del país, oligárquicas y, en el mejor de los casos, paternalistas. La situación ha mejorado de algún modo desde la Transición, aunque no lo suficiente. Este ha sido un fallo grave de los gobiernos socialistas y, aún más, de los conservadores. Ha sido posible trabajar bien dentro de las estructuras existentes y hay mucha gente que lo ha hecho, aunque en ocasiones esto ha exigido una considerable dosis de valor cívico. Personalmente, no puedo envanecerme de nada debido a que por razones profesionales he podido trabajar 25 años fuera de la Universidad. Esto me permitió tomar cierta distancia y, sobre todo, no depender financieramente de nadie. Pero estoy extremadamente preocupado por el futuro de la universidad española. El conservadurismo español ha entrado en fase regresiva, tanto en términos económicos como ideológicos. El actual gobierno ultraconservador es un auténtico desastre. La situación me recuerda, mutatis mutandis, a la del ‘bienio negro’ de 1934-35. Toda una generación de jóvenes historiadores quedará frustrada”. 



Notas del traductor: 

[1] Esos cuatro volúmenes son La soledad de la República: El abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Soviética, Crítica, Barcelona, 2006; El escudo de la República: el oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937, Crítica, Barcelona, 2007; El honor de la República: entre el acoso fascista, la hostilidad británica y la política de Stalin, Crítica, Barcelona, 2008; El desplome de la República: La verdadera historia del final de la Guerra Civil,Crítica, Barcelona, 2009. 

[2] Bloodlands, de Tymothy Snyder, se ha publicado en español como Tierras de sangre, Europa entre Hitler y Stalin (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011). Snyder es también conocido por su diálogo con Tony Judt en Pensar el siglo XX (Taurus, Madrid, 2012). 




(Sebastiaan Faber enseña Estudios Hispánicos en el Oberlin College de Oberlin, Ohio, y preside la directiva de ALBA -Abraham Lincoln Brigade Archives-, que custodia el legado de los veteranos norteamericanos de las Brigadas Internacionales, cuyo órgano de expresión es The Volunteer. 

Traducción de Lucas Antón. Este texto está tomado de http://www.sinpermiso.info/ que, a su vez lo toma de The Volunteer)


* Las imágenes son trabajos de David Seymour Chim, Gerda Taro, Robert Capa, cuyos negativos se hallaron en la llamada La maleta mexicana)



viernes, 12 de julio de 2013

Censura para conocer nuestro pasado




Se cumplen trescientos años de la firma del Tratado de Utrecht por el que España cedió Gibraltar a Inglaterra. Probablemente el tema siga siendo objeto de controversia tanto para historiadores como para profesores de Derecho Internacional. Siempre se podrá objetar que es un asunto áspero, sobre todo por el empecinamiento de los británicos y por la constitución social que se da en la Roca. Muchos considerarán que con la Gran Bretaña hemos topado y que una esquina peninsular no vale un conflicto. Incluso hay quienes esperamos que jamás se haga motivo de guerra de ello, simplemente porque a algún gobierno en crisis y dificultades le tiente el desviar la atención de los españoles sobre asuntos más importantes de interés colectivo o invocando una obsoleta llamada a un nacionalismo extemporáneo.La cuestión sigue ahí empantanada y, acaso, más vale no menealla si nos va a complicar la vida.

Sin embargo, hay situaciones internas que no hay manera tampoco de que puedan ser superadas. Las dificultades con las que sigue topando la investigación historiográfica para consultar documentos que van desde 1936 a 1968 no es, en este caso,  motivo de conflicto exterior. El enemigo está dentro de casa. En concreto las autoridades españolas que, no se sabe muy bien por qué, no permiten el acceso a documentos de Defensa y de Asuntos Exteriores. ¿Qué tiene que ocultar el Gobierno? ¿Teme todavía esta derecha actual que se la vincule aún más con el pasado y por ello cercena un derecho de conocimiento público? Sería mala conciencia y temores a vaya usted a saber qué. ¿Son capaces de invocar aún riesgos para la seguridad nacional, como dirían ellos? ¿Es el viejo rictus de un sector con complejo patrimonial sobre la sociedad y el territorio lo que les lleva a portarse de ese modo? Que nos quieran timar hasta para conocer nuestra propia Historia nos parece indecente.  




Parece interesante conocer algo más sobre el asunto, por lo que reproduzco el siguiente


Comunicado de H-SPAIN dirigido al Gobierno y a los distintos grupos parlamentarios de España

Haciéndonos eco del profundo malestar producido entre historiadores, archiveros, periodistas y otros grupos sociales por el cierre indefinido e injustificable del acceso a documentos históricos del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y del Ministerio de Defensa de España, desde H-SPAIN solicitamos a las autoridades competentes la inmediata reapertura de dichos fondos y la garantía de su accesibilidad para todos los investigadores en el plazo más breve posible. 

Consideramos que de ninguna manera cabe justificar las trabas que se está imponiendo al acceso a dicha documentación histórica por medio de argumentos inverosímiles sobre el riesgo que su difusión entrañaría para la defensa y la seguridad del Estado o para las relaciones de España con terceros países. 10.000 documentos de Defensa de los años 1936 a 1968 estaban listos para su desclasificación, tras el preceptivo examen, antes de que el Ministerio cancelara su publicación en mayo de 2012 en una decisión que cabe considerar, como mínimo, de arbitraria. Menos se comprende aún que el Ministerio de Asuntos Exteriores haya declarado “secreta” o “reservada” la práctica totalidad de su documentación, incluyendo los fondos históricos de su archivo –compuestos por papeles diplomáticos del siglo XV al XX- que habían sido consultados hasta entonces sin mayores impedimentos por parte de historiadores de todo el mundo. 




Que la respuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores a las denuncias de esta situación haya sido cerrar a los investigadores el acceso a su Archivo General, en septiembre de 2012, y dispersar sus fondos entre el Archivo Histórico Nacional y el Archivo General de la Administración sin comunicar si esos fondos serán algún día consultables de nuevo, y en su caso cuándo y en qué condiciones -lo que hace temer nuevos obstáculos y demoras que sumar a las que sufrimos desde hace casi dos años-, no hace más que ahondar en la enorme preocupación que genera la actual situación. 

El acceso y libre disposición de estos fondos históricos, dentro de los plazos y límites marcados por la actual normativa, no solamente constituye un derecho de los españoles, sino también un deber moral del ejecutivo. No se trata tan sólo del enorme perjuicio que se está causando a innumerables proyectos de investigación histórica tanto en España como en el extranjero, sino también del daño a la imagen y el prestigio del país más allá de nuestras fronteras, así como de la degradación de la calidad de la democracia española que se derivan de unas decisiones que nos alejan de los estándares europeos e internacionales de protección de derechos democráticos básicos como el de libertad de información e investigación, el acceso al patrimonio y la cultura, y el control y rendición de cuentas por parte del gobierno y la administración pública. 

En este sentido, instamos a nuestros gobernantes a que, rectificando su actual política, cumplan con los instrumentos internacionales que España ha suscrito en materia archivística y de documentación, como son la Recomendación Nº R (2000) 13 del Comité de Ministros del Consejo de Europa sobre una Política Europea en Materia de Comunicación de Archivos, y el Convenio del Consejo de Europa sobre el Acceso a los Documentos Públicos (Tromsø, 18 de junio de 2009). 




No se trata de una petición de unos pocos para unos pocos. Si bien este llamamiento parte del mundo académico, es a la sociedad en su conjunto a la que se está negando el derecho a conocer por sí misma, al margen de interpretaciones oficiales e interesadas, su propio pasado. No puede haber auténtica democracia allí donde no se garantiza a los ciudadanos el derecho a generar una visión crítica del propio desarrollo histórico basado en el acceso al patrimonio documental común. 

Firmando esta solicitud, pedimos al Gobierno que adopte cuantas medidas sean precisas para garantizar el acceso de los investigadores, profesionales o no, a los fondos documentales de estos archivos y en el plazo más breve posible. Solicitamos asimismo a los distintos grupos parlamentarios que exijan y respalden estas medidas, así como que controlen su cumplimiento. Instamos también a toda la sociedad que apoye esta petición, para que pueda hacer del conocimiento crítico de su pasado la mejor guía para una construcción consciente de su futuro. 




Todos aquellos que deseen adherirse deben enviar a h-spain@h-net.msu.edu los siguientes datos: nombre y apellidos, institución académica de pertenencia (o "investigador independiente" en su defecto) y número de DNI o pasaporte (el cual no se hará público). En el caso de tratarse de un organismo, se deberá enviar el nombre de dicha institución y el de la persona que la represente, con su número de DNI o pasaporte. 

Carlos Sanz Díaz (Universidad Complutense de Madrid) 

En nombre del Consejo Asesor de H-SPAIN, suscriben el presente escrito: 

David Jorge (Wesleyan University, Connecticut) 
Ángel Viñas (Universidad Complutense de Madrid) 
Helen Graham (Royal Holloway, University of London) 
Florentino Rodao (Universidad Complutense de Madrid) 
Sebastiaan Faber (Oberlin College, Ohio) H-Spain 





* Las imágenes son:  grabados de Goya, una fotografía de la visita de Eisenhower a España en 1959 respaldando a la dictadura y por último una simbólica instantánea del fotógrafo gallego Julio Souza Fernández, de los hermanos Mayo.


jueves, 4 de julio de 2013

No soy un aculturado, que diría Arguedas




La retención del avión del presidente de Bolivia ayer en Viena y la prohibición de sobrevolar Francia, Italia, España y Portugal por parte de sus respectivos gobiernos me ha hecho pensar. Más allá de su dimensión política inmediata. Que los ciudadanos de los países implicados en esa barbaridad humillante puedan justificarla por el hecho de que el motivo era localizar al espía arrepentido Snowden sería una inconsciencia, como poco. Participarían de las misma complicidad que esos gobiernos han tenido con los Estados Unidos, verdadero instigador del despropósito. Dejando de lado ahora mismo el entreguismo de Europa a los USA, lo que me llama la atención es el escarnio a que se ha sometido a Evo Morales. ¿Porque pertenece al área de mandatarios suramericanos que no se someten a las prescripciones del Imperio? Con esto no estoy entrando ni a defender ni a condenar la política de Morales en su país: no es el tema ni me siento capacitado para criticarla. 




El asunto es que le han tratado como un gobernante de un pueblo sometido tradicionalmente, observación que bien podría extenderse, con matices temporales y de calidad, a los demás países de Latinoamérica. Le han tratado como proscrito, como delincuente. ¿Se habrían atrevido a hacerlo con mandatarios chinos o rusos, por ejemplo? Pregunta incauta, respuesta obvia. Le han tratado como un gobernante de segunda, un ciudadano de tercera, un indígena de cuarta. Porque pertenece  -con sus aciertos y errores-  a la cantera de personajes que no se pliegan a dictados con facilidad y porque les resulta mosca cojonera para el desarrollo de los negocios de las multinacionales. Porque a la mentalidad europea  -que me parece más grave que la actitud estadounidense-  le ha salido el rictus colonial. Si Bartolomé de las Casas hubiera sabido de la actitud del gobierno español hubiera llorado de rabia y de vergüenza. En fin, ¿será que lo que no soporta la desmemoriada Europa es el talante de no aculturados de muchos latinoamericanos?  

Se lo han hecho porque Morales debe tener mucho de no aculturado, que hubiera dicho el escritor peruano José María Arguedas (1911-1969) Entonces me he acordado de un discurso de éste que causó su impacto. No soy amigo de los discursos, pero los escucho si dicen algo. Fue cuando le dieron en Lima en 1968 el Premio Inca Garcilaso de la Vega





"Acepto con regocijo el premio Inca Garcilaso de la Vega, porque siento que representa el reconocimiento a una obra que pretendió difundir y contagiar en el espíritu de los lectores el arte de un individuo quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento, la asimilación del arte creado por otros pueblos que dispusieron de medios más vastos para expresarse. 

La ilusión de juventud del autor parece haber sido realizada. No tuvo más ambición que la de volver en la corriente de la sabiduría y el arte del Perú criollo el caudal del arte y la sabiduría de un pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado o “extraño” e “impenetrable” pero que, en realidad, no era sino lo que llega a ser un gran pueblo, oprimido por el desprecio social, la dominación política y la explotación económica en el propio suelo donde realizó hazañas por las que la historia lo consideró como gran pueblo: se había convertido en una nación acorralada, aislada para ser mejor y más fácilmente administrada y sobre la cual sólo los acorraladores hablaban mirándola a distancia y con repugnancia o curiosidad. Pero los muros aislantes y opresores no apagan la luz de la razón humana y mucho menos si ella ha tenido siglos de ejercicio; ni apagan, por tanto, las fuentes del amor de donde brota el arte. Dentro del muro aislante y opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y defendiéndose con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos. Y bien sabemos que los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente aislantes. A mí me echaron por encima de ese muro, un tiempo, cuando era niño; me lanzaron en esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde, por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa. 




Contagiado para siempre de los cantos y los mitos, llevado por la fortuna hasta la Universidad de San Marcos, hablando por vida el quechua, bien incorporado al mundo de los cercadores, visitante feliz de grandes ciudades extranjeras, intenté convertir en lenguaje escrito lo que era como individuo: un vínculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse, de la gran nación cercada y la parte generosa, humana, de los opresores. El vínculo podía universalizarse, extenderse; se mostraba un ejemplo concreto, actuante. El cerco podía y debía ser destruido; el caudal de las dos naciones se podía y debía unir. Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera únicamente el que se exigía con imperio de vencedores expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que se aculture. Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido. Por eso recibo el premio Inca Garcilaso de la Vega con regocijo." 





* Ilustración de Silvio Baldessari.