Sabido es que vivimos tiempos de recortes. Como las palabras se afinan, refinan y disimulan, con objeto de que oculten lo que hay detrás y no se vea la dureza de los hechos, lo que quiere decir es que habrá menos dinero o ningún dinero para tal o cual finalidad presupuestaria. Cuando el Estado o las administraciones en general tratan de ahorrar se suele hacer a costa del ciudadano común y del bien público. Procurando una recaudación superior de impuestos e invirtiendo menos en obras y realizaciones de los distintos ministerios competentes. Pero ¿por qué esa regla de recortar las inversiones previstas inicialmente se produce principalmente en sectores clave como sanidad, investigación, enseñanza y cultura?
Los economistas más fríos, que es tanto como decir déspotas, suelen afirmar que no son sectores productivos, lo cual resulta una afirmación grotesca e insultante. Valorar a la sociedad como si se tratase de maquinaria de producción o gran almacén de mercancías resulta repugnante, pero pinta neoliberalismo atroz y arremeten por los puntos más débiles. Sectores tras los que, también en principio, no se encuentran grandes corporaciones financieras o industriales, y cuyo objetivo reside en satisfacer necesidades y no tanto en promover beneficios.
Así que oímos y leemos con frecuencia en los medios de comunicación que tal centro de investigación se cierra, que los quirófanos de aquel hospital trabajan unos días solo a la semana, que familiares de asociaciones de familiares con miembros que tienen Alzheimer denuncian desinversión en investigación sobre la enfermedad, que tal museo reduce horarios o personal, que las reducciones asistenciales se incrementan, que si habrá copago, que hay escuelas públicas sin calefacción o material de trabajo, que se cierran bibliotecas, que se eliminan subvenciones de carácter social, que equis investigadores protestan por el recorte de cientos de millones de euros en I+D, que las enfermedades raras no podrán investigarse adecuadamente, que la Ley de Dependencia se queda en agua de borrajas, que se produce fuga de cerebros…Un sinfín de obstáculos, limitaciones o privaciones que redundan tanto en el servicio público de la sociedad como en los trabajadores involucrados en diferentes sectores.
Leer ahora mismo las Cartas marruecas de José Cadalso, escritas entre 1773 y 1774, no tiene nada de descabellado sino, por el contrario, sirve para ratificarnos en la cruz que arrastra este país nuestro sobre la visión pública de las cosas. En la Carta VI se dice:
“ El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando que son las únicas que dan de comer.
Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete silogismos seguidos sobre si los cielos son fluidos o sólidos.
Hablando pocos días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le oí esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto excelente en matemáticas: «Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas, como matemáticas, lenguas orientales, física, derecho de gentes y otras semejantes».
Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no harían? Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más estímulo; pero no hay protectores.”
José Cadalso ya veía con claridad la poca importancia que se concedía a las ciencias y a la investigación. La pregunta sigue siendo: ¿hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? ¿No hay manera de que todo cambie positivamente? ¿De que revierta la economía que genera la sociedad en una economía de la sociedad y más que nunca de los que poseen menos recursos? Está claro que no se quiere. Un clásico más de nuestra Literatura observadora y clarividente sigue estando en vigor para nuestro placer de lectores, pero para nuestra desgracia de ciudadanos estafados.
* Las imágenes son de la pintora e ilustradora Camino Roque. Ver http://caminoroquetaller.blogspot.com.es/