hoy es siempre todavía

jueves, 1 de noviembre de 2012

Modas nuevas versus leyendas viejas





En verano, también recogíamos calabazas en nuestra infancia  -y no solo de las asignaturas- , las vaciábamos y hacíamos con ellas caras. Después, con una vela en su interior, las colocábamos en alguna ventana con la casi siempre vana pretensión de asustar a algún incauto. No recuerdo que aquella travesura tuviera nada que ver con modas del otro lado del Océano, entre otras cosas porque la palabra América sonaba más a emigración que a influencias. Muchos años más tarde supimos que aquello de las calabazas también era una costumbre de diversión entre los niños norteamericanos, lo cual me hizo abrir los ojos y pensar: qué grande es el mundo y cómo coincidimos tantos en nuestros juegos.

Pero mira por donde, de hace unos años a esta parte, precedidas por las series y películas de televisión que nos hablan de las fiestas, costumbres y rituales de los USA, ha ido prendiendo en un sector de la sociedad española la parafernalia de Halloween. Auspiciado por el comercio de disfraces, los bazares chinos y de ese holding todopoderoso de los bares, parece que va sembrando eco en algunos colegios, discotecas y bares. En cualquier momento nos vemos celebrando el Día de Acción de Gracias (aunque aquí no sepamos qué gracias dar a causa de los malos tiempos que se imponen) o la Fiesta del 4 de Julio (a lo mejor había que celebrarla como una Fiesta de la Independencia, ahora que nuestra Independencia, la de una Democracia que deberá consolidarse y avanzar, se halla en quiebra)

Como ni los años me piden ir de fiesta en esta fecha, ni tiendo a aceptar por las buenas la moda de ocio importada, sobre todo si media comercio y negocio de por medio, yo ignoro el Halloween. Sin embargo, no sé si por asociación de ideas, me ha venido a la mente un relato breve de Gustavo Adolfo Bécquer. Una de sus leyendas que, encajonadas como género romántico (¿por qué no rescatarlas y nombrarlas, siquiera para que vuelvan a tener aceptación, como narraciones góticas?), siempre me hizo sentir escalofríos ya que no es un mero relato de horror. Es un cuadro. Sabido es que Valeriano, el hermano de Gustavo, era pintor y que el mismo poeta, no obstante dedicarse a escribir, tenía una amplia visión pictórica. El Monte de las Ánimas reúne, pues, pinceladas históricas, de acercamiento amoroso y de supersticiones de la tradición popular. El que no conozca esta leyenda que la disfrute. El que hace tiempo que no la lee que repase. 





EL MONTE DE LAS ÁNIMAS
(Leyenda soriana)

Gustavo Adolfo Bécquer



La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. 

Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice. 

Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche. 

Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

 I




 -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas. 

-¡Tan pronto! 

-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte. 

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme? 

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia. 

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia. 

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia: 

-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. 

Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. 

Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria. 

 II 



Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón. 

Solo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz. 

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio. 

Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste. 

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío. 

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios. 

-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías. 

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza: 

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío? 

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.




Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo: 

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió: 

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma? 

-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo. 

-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza. 

-No sé.... en el monte acaso. 

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas! 

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda: 

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.




Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores: 

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego: 

-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto. 

-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último. 

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III



Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho. 

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen. 

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso. 

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana. 

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio. 

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables. 

-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos? 

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos. 

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!




 IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.




* Las ilustraciones son creación del artista valenciano Manuel Boix, tomadas de su blog
 http://www.manuelboix.com/

* El texto de la leyenda de Bécquer está tomado de la web Ciudad Seva http://www.ciudadseva.com/




18 comentarios:

  1. Que maravilla de leyenda, visualmente hermosa y extremecedora.
    Manuel Boix, sublime.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, me estoy pensando en releer a Bécquer. En esta vida hay que leer al menos dos veces los mismos textos. Y en distintos tiempos. Para saber. La primera vez solo nos conduce a hacernos una vaga (y casi siempre equívoca) idea.

      Boix me entusiasma como ilustrador. Siempre le estaré agradecido a sus portadas y demás en "El viejo topo". Y sus ilustraciones del Quijote o Tirant lo Blanc son enormes.

      Eliminar
  2. Una historia como para estremecer y poner los pelos de punta!...no la conocía. Gracias por facilitarnos su lectura.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿A que sí, Neo? Pues hay otras tan terroríficas. Este tipo de leyendas habría que leerlas a la luz de la lumbre.

      Saluda al Paraná.

      Eliminar
  3. Muchos años hace desde que la leí por primera vez. Gracias por traerla aquí y por hacerme recordar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Fue un repente acordarme de ella. Tanta bobada de Haloween y tenemos al alcance historias fascinantes...¿Bécquer vive?

      Eliminar
  4. Un magnífico relato, escrito con un gran estilo.

    Mark de Zabaleta

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Béquer sabía escribir y su hermano Valeriano pintar. Y ambos mamaban la tierra que pisaban en sus viajes y la observaban con ojos avanzados y críticos en su tiempo. Echa un vistazo a "Los Borbones en pelota".

      http://machadoencollioure.blogspot.com.es/2011/09/los-borbones-en-pelota-los-becquer-en.html

      Gracias por pasar, Mark

      Eliminar
  5. También yo recuerdo poner la calabaza en la encrucijada. Por aquí era un rito celta (compartido con los irlandeses, que lo enviaron a América: no hay nada original alla, creo).También la Santa Compaña y la Estadea son obligadas historias en esta tierra.
    Grande, Bécquer.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mi experiencia era en Navarra y en fechas de estío. Allí nunca oí hablar de los celtas, eh. Supongo que son coincidencias de todas las culturas campesinas. No hay nada original en América de lo que nos suena. Lo original de ellos se soterró o aplastó o bien no ha cundido. Ya sabes que los imperialismos y su efecto global transmiten lo que les interesa que transmitan.

      ¿Has visto lo que viene hoy en El País sobre Romasanta?

      http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/11/01/galicia/1351797460_881975.html

      Bécquer, olvidado. Pero grande, sí.

      Eliminar
  6. En la escuela, cuando aún se dividía en el aula de mayores y el aula de pequeños, y yo estaba en la segunda, todos los años nos ponían de tarea rehacer esta leyenda de Bécquer con otros personajes, otra localización, otra trama. El mejor 'remake' era representado el día de los Santos junto al "Don Juan" de los más mayores.
    Toda una reivindicación de la producción de literatura gótica, aunque escasa, en español. Y todo un momento 'remember' de esas tardes merendando castañas alrededor de la estufa del cole y el miedo calentado por el brasero de la abuela contándonos historias de hombres que bajaban de la montaña.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Vale por el relato de la experiencia propia. En mi época recitábamos, por mor de la tradición, el Don Juan Tenorio. Entonces las clases no eran mixtas ni siquiera los colegios. A mí me tocó aprenderme de memoria toda la obra y declamarla en el salón de actos (¡pobres compañeros!) Aún recuerdo algunas partes. Pero lo que más me ha gustado siempre es aquello de "un punto de contrición da al alma la salvación". ¡Qué bien sintetizada en un verso estaba la doctrina católica!

      ¿Crees que apenas hay literatura gótica en España? Pues yo veo las leyendas de Bécquer más en esta línea que en la romántica.

      Hombres que bajaban de la montaña...Esas historias las he oído por pueblos de León y Cantabria...los maquis.

      Eliminar
    2. Creo que, indudablemente, hay más muestras de romanticismo en la literatura en español que de relato gótico. Esto no quiere decir que las leyendas de Bécquer, algunas, sean puramente góticas. Siento si no me expresé bien.

      Hombres que bajaban de las montañas los hubo también algo más al sur (y sí, al parecer huían de esas condensaciones de doctrinismo católico).

      Saludos, D.Juan.

      Eliminar
    3. Imaginaba lo que dices sobre el romanticismo, pero tampoco es un tema que conozca mucho. De hecho lo tenía olvidado. Pero la vida es asociación de ideas, y con conocimiento de causa muchas veces, y mira por dónde una festividad católica pero de asunción amplia popular, me ha llevado a rescatar una leyenda ¡frente a la gaita de los del Mayflower!

      Debió ser muy al sur, ya sé que por las serranías de Andalucía y otras de Teruel y Castellón (qué agrestes y fin del mundo son estas) hubo también resistencia. En la meseta solo tuvimos topos (los resistentes individuales que permanecieron escondidos décadas) El desierto del Duero no había vuelto a ser tan desierto del Duero desde la Alta Edad Media.

      Eliminar
  7. Estoy muy de acuerdo en que por razones comerciales se están imponiendo fiestas y personajes (santa claus o papa noel por ej.) que nada tienen que ver con nuestra cultura (al menos en mi zona geográfica) y además amenazan a nuestra tradición.

    Por otra parte, hacia mucho tiempo que no leía a Bécquer y apenas recordaba la historia del Monte de las Ánimas, me ha gustado volver a leerlo, es más, creo que voy a buscar el libro de Rimas y Leyendas que por algún sitio andará y a Bécquer mejor leerlo en papel. He pasado un buen rato, gracias!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ana. A mí los hermanos Bécquer me fascinan. Hay otro post en este blog sobre Los Borbones en pelotas, una obra genial.

      Las leyendas de Gustavo Adolfo no van a la zaga de las que muchos neo románticos o también llamados góticos inventaron. Conviene leer esos clásicos contemporáneos que tienen una literatura fluida, de calidad y cuya intriga nos sigue atrapando. Todo es olvidarnos un poco del colegio, donde aquella manía por ser de obligado cumplimiento lo de la lectura (tal vez no por la idea de que leyéramos sino por lo mal sugerida que estaba por cierto profesorado o por otras razones: la pubertad misma que nos pedía acción) condenamos muchas obras que necesitamos recuperar.

      Un abrazo.

      Eliminar
    2. Te paso, Ana, el enlace:

      http://machadoencollioure.blogspot.com.es/2011/09/los-borbones-en-pelota-los-becquer-en.html

      Eliminar
    3. muchas gracias, ahora mismo entro

      Eliminar