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martes, 30 de julio de 2013

Treinta años del último suspiro de Luis Buñuel




Treinta años hizo ayer de la muerte de Luis Buñuel. Vivió ochenta y tres años intensos y creativos. ¿Por qué no llamarlos lujosos? No lujo por la posesión de bienes ni vivir en el mejor de los mundos posibles, sino por su creatividad. Por el aprovechamiento de las experiencias que un siglo tan convulso, cambiante y de muchas facetas le proporcionó. Luis Buñuel es para muchos de nosotros un icono: un Quevedo, un Goya, un Larra, un Antonio Machado…Alguien que interpreta al humano y abre nuevas visiones sobre él. En este caso con el lenguaje cinematográfico. Nada puedo aportar sobre su obra. Solo transmitir mi entusiasmo y reconocimiento. Pero por otra parte, también mi pesar por el hecho de que su filmografía no sea vista periódicamente por viejas generaciones y, sobre todo, que no se la haga llegar a las nuevas. 

He recogido de su libro de memorias, titulado Mi último suspiro, los párrafos finales. Buñuel no era literato y su amigo guionista Jean-Claude Carrière le ayudó a transcribirlas. Les imagino juntos trabajando en esa tarea y pasándolo pipa. Al recoger los párrafos finales donde hace referencia a lo que piensa de la muerte no lo hago ni por motivo de esos treinta años transcurridos desde la suya propia, ni por razones escatológicas. Es que me parece una visión sencilla, socarrona, humorística y deconstructiva respecto a ese acontecimiento que todos tememos tanto. 




"Sin ilusión sobre la muerte, a veces me interrogo, no obstante, por las formas que puede adoptar. Me digo a veces que una muerte repentina es admirable, como la de mi amigo Max Aub, que murió de pronto mientras jugaba a las cartas. Pero de ordinario, mis preferencias se dirigen a una muerte más lenta, más esperada, permitiendo saludar por última vez a toda la vida que hemos conocido. Desde hace varios años, cada vez que abandono un lugar que conozco bien, donde he vivido y trabajado, que ha formado parte de mí mismo, como París, Madrid, Toledo, EL Paular, San José de Purúa, me detengo un instante para decir adiós a ese lugar. Me dirijo a él, digo, por ejemplo: “Adiós, San José. Aquí conocí momentos felices. Sin ti, mi vida hubiera sido diferente. Ahora me voy, no te volveré a ver, tú continuarás sin mí, te digo adiós”. Digo adiós a todo, a las montañas, a la fuente, a los árboles y a las ranas. 

Claro está que a veces regreso a un lugar del que ya me he despedido. Pero no importa. Al marcharme, lo saludo por segunda vez. 




Así es como quisiera morir, sabiendo que, esta vez, no volveré. Cuando, desde hace algunos años, me preguntan por qué viajo cada vez menos, por qué no voy a Europa sino muy raramente, respondo: «Por miedo a la muerte.» Me responden que hay tantas probabilidades de morir aquí como allí, y yo digo: «No es el miedo a la muerte en general. Usted no me comprende. En realidad, me da igual morir. Pero que no sea durante un traslado.» Para mí, la muerte atroz es la que sobreviene en una habitación de hotel, en medio de maletas abiertas y de papeles desordenados.

Igualmente atroz, y quizá peor, me parece la muerte largo tiempo diferida por las técnicas médicas, esa muerte que no acaba. En nombre del juramento de Hipócrates, que coloca por encima de todo el respeto a la vida humana, los médicos han creado la más refinada de las torturas modernas: la supervivencia. Eso me parece criminal. Yo he llegado a compadecer a Franco, a quien se mantuvo artificialmente vivo durante meses, a costa de sufrimientos increíbles. ¿Para qué? Si bien es cierto que los médicos nos ayudan en ocasiones, la mayor parte de las veces son money-makers, hacedores de dinero sometidos a la ciencia y el horror de la tecnología. Que se nos deje morir, llegado el momento, e, incluso, que se nos dé un empujoncito para partir más aprisa. 




Dentro de muy poco tiempo, estoy convencido de ello, lo espero, una ley autorizará la eutanasia bajo ciertas condiciones. El respeto a la vida humana no tiene sentido cuando conduce a un largo suplicio para el que se va y para los que se quedan. 

Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero. 




Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento? 

Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba."



Adjunto enlace que puede interesar:  http://www.luisbunuel.org/inicio/bunuel1.html



(Escena de la película El ángel exterminador)

10 comentarios:

  1. Interesante entrada para recordar al genio que fue Buñuel.
    Coincido contigo en que es poco conocido entre las generaciones jóvenes y no reconocido por muchos de las más viejas, tal vez porque no entendieron su mérito al hacer un cine rompedor de los esquemas, de vanguardia, en tiempos muy difíciles para el arte libre.

    Saludos.

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    1. Tampoco el período histórico de España propició su conocimiento. Si acaso los últimos años...Como de tantos otros clarividentes de nuestra historia, en nosotros está tenerlo en cuenta o relegarlo para siempre al olvido. Yo estoy por la primera opción. La segunda siempre es muerte.

      Saludos y bienvenido.

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  2. Está claro que los criterios programáticos por los que se eligen unas películas y se descartan otras, no son precisamente culturales. Criterios verdaderamente suicidas. Es como si un labrador, tras la cosecha, descartara el grano y guardara la paja. Así nos va.

    Saludos, y gracias.

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    1. Genial matiz. Debería plantearme hacerme con las películas de Buñuel en vídeo, si es que existen. Disfruté mucho con las últimas. Pero "El ángel exterminador" me parece de lo más quintaesencia e incisivo que se ha hecho en cine. Gracias, mantengamos algo del alma buñuelesca.

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    2. Coincido con tu valoración de "El ángel exterminador", dados los tiempos que corren, si de mí dependiera, yo la proyectaría en ininterrumpida sesión continua.

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    3. Habrá que pedir al santo espíritu que la gente de esa calaña no pueda salir de su alcantarilla, como pasaba en la película. No confío en que tanto proceso sirva para algo, pero acaso se maten entre ellos...aunque no sé, todo tiene un precio y ya se sabe.

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  3. Gran recuerdo de un gran genio !

    Mark de Zabaleta

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    1. No te quepa duda que lo fue. Hay que seguir aprendiendo de esta clase de maestros. Siquiera para mantener el tipo en esta vida.

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  4. Uno de los últimos que supo retratar la España negra. Y sigue negra, y nos faltan cronistas y gente que quiera escuchar y ver.

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    1. Y más negra que va a ser todavía, por muchos colorines con que la publicidad la adorne. La España negra de Gutiérrez Solana y Paul Verhoeven.

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