Siempre me pareció España un país de placas de fachada. Y eso que muchas han desaparecido. De placas inútiles, naturalmente. Se salvan de mi respeto las que aún recuerdan a ciertos ciudadanos que han aportado algo a la ciencia, a la literatura, al arte y al desarrollo del país. En definitiva, a la cultura. Pero aún persisten ingentes cantidades de plaquitas de personajes menores, muchos vinculados al clero o al ejército, sin mayores méritos y glorias que sus respectivos estamentos les quisieron conceder en su día. Hay una moda más reciente en algunas ciudades, que consiste en que si las autoridades municipales han encontrado en la obra literaria de un escritor de este tiempo, por ejemplo, su parte de filón turístico, hay que situar con citas de alguna novela suya una placa en determinado solar, otra en cierta calle, otra a la vuelta de tal iglesia. Como se dice ahora, una pasada del culto a la personalidad, con un criterio provinciano y comercial que no le cura ni el frío serrano.
Este país ha gustado de honrar a sus próceres y autoridades, muertos o vivos, con placas por doquier. ¿Quién no tiene en su memoria la imagen de alguna inauguración de obra pública o privada donde las autoridades descubrían la cortinilla de una placa? A mi este tipo de ejercicios me ha parecido siempre propio de siervos y de estómagos agradecidos, y ya digo que puedo salvar los que realmente han aportado algo importante. El tema da para desarrollarlo ampliamente. Y no estaría mal que los historiadores se pusieran de acuerdo para analizar los significados de esa práctica de rotular edificios y hacer un inventario en toda regla. Pero quiero hacer constar lo que me parece aún un escarnio y un desprecio. Que todavía permanezcan en calles, plazas o iglesias cierta iconografía del viejo régimen que, como ya es sabido, se instauró en base a un hecho ilegítimo e ilegal como fue el alzado en armas contra un Estado votado democráticamente. Y más triste es comprobar que muchos ciudadanos condenen la investigación de los crímenes del franquismo o la exhumación de las fosas de los fusilados republicanos mientras aceptan gustosa o indiferentemente que ciertas placas permanezcan rotulando nombres de calles de nuestras ciudades. Se me dirá que aquí no hubo el ajuste histórico y la reconciliación de verdad y que así nos va.
Una de las cosas que más me impresionaron cuando hace años visité Praga fue que también existían placas. Por supuesto, había placas honrando al poeta Jan Neruda o a Dvorak o a Mucha, como las hay en nuestras ciudades a Cervantes, Cernuda, Jorge Guillén o Sarasate. En Praga hay un tipo de placas muy especial. En estos términos, más o menos: de esta casa fue sacado para ser asesinado por las SS el ciudadano Fulanito de tal. Un matiz que honra el ejercicio de memoria histórica que responde a una clara conciencia moral de la que muchos españoles carecen todavía hoy día. Desde luego, la permanencia de placas recordando a personajes funestos y de ciudadanos que entonces optaron por formar parte de la insidia de un golpe letal a la democracia y el progreso no tiene el mismo significado que la memoria de Praga.
Acabemos con un cantar de Antonio Machado, de sus Proverbios y cantares, que puede parecer que no viene a cuento pero que a mí me apetece porque hace pensar:
hiladores de los sueños?
Son dos: la verde esperanza
y el torvo miedo.
Apuesta tienen de quién
hile más y más ligero,
ella, su copo dorado;
él, su copo negro.
Con el hilo que nos dan
tejemos, cuando tejemos.
Hay países que nos superan. Puedes darte una vuelta por Italia o Grecia, sin ir más lejos. Habrá, por tanto, que buscar las conexiones entre las placas y la cultura mediterránea, quizá ansiosa por hacer pasar a sus "héroes" a la posteridad. Saludos cordiales
ResponderEliminarPues me alegro de que me lo digas, José Luis, al menos compartiré complejos. O diré aquello de "mal de muchos..." Creo que sí, que habría que buscar las conexiones mediterráneas, no sé si herederas de Grecia o más bien del Imperio Romano y sus epígonos cristianos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas de las frías placas de mármol o bronce son apenas recordatorios de las hipocresías que suelen darse en épocas donde las pasiones encontradas entre los bandos de las disidencias, que han generado en la historia más desencuentros que reconciliaciones.La memoria histórica debería llevar registro de todo lo acontecido, incluso aún de los actos serviles a los que se sometía a propios y contrarios. Quizás conservar esas placas resulte una manera de no borrar los hechos para que luego se diluyan en el tiempo: que la placa que recuerda al "generalísimo" no quede como signo de honra, que se la conserve como muestra irrefutable del autoritarismo de ese mismo régimen.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nos niegan por imposibles
ResponderEliminarhasta los gozos pequeños,
que hay muy poco que no alcanza
y yo retrocedo...
Mañana vendrá también
el que fabrica el dinero,
diciendo que está cansado
cual un burro o perro,
mientras él se come el pan
que nos jamás lo comemos...
indignante!!
un abrazo
Neo, tal vez tengas razón. De hecho, la sociedad ignora o menosprecia estas placas en sus ciudades. Son arqueología. Pero sangrienta. Me temo que no desaparecerán así como así este tipo de costumbres tan arraigadas. Por una parte, responden a rituales. Por otra, lo triste es que en concreto estas que recuerdan lo luctuoso y vil responden a rituales delictivos. ¿Tendrá que ser siempre de esta manera?
ResponderEliminarOmar, ¿eres así de poeta? Poesía épica para tiempos donde la lírica no se impone fácilmente.
ResponderEliminar¿No conocías esta vertiente española y olé? Pues sí, aún existen este tipo de fechorías icónicas.
Saludos.
Aunque parezca extraño, aún hay pueblos que conservan restos de esa rancia estirpe que piensa volver a resurgir el 20 de noviembre.
ResponderEliminarSí, CMG, hay muchos pueblos, al menos en la vieja Castilla. La estirpe siempe ha estado ahí. Otra cosa es que la gente le dé cancha como parece que va a ocurrir. Algunos harán chanza con lo del 20N.
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