(Obra del pintor chino Xue Jiye)
Y si esa dialéctica quedara en juego o en un mero ejercicio litúrgico o en un símbolo mutuamente purificador, sin mayor persecución ni desprecio, pues valdría como terapia. Pero ya se sabe que en la escalada de los desafíos de la intolerancia cada una de las partes o al menos una de ellas tiene que subir siempre un peldaño más. Considero que el fanatismo tiene una composición machista y androcéntrica, de tomo y lomo. En ella lo que parece contar es el “yo soy más bestia que tú”. Niños de escuela crecidos en el odio perverso.
Como la bestialidad humana y la condición energúmena de ciertos seres va vinculada a la pobreza, al dogmatismo de sus religiones y de sus sistemas patriarcales, y rebosa un componente enorme de sentimiento como víctimas del agravio, no es de extrañar que los estallidos sean frecuentes. En algunos países de Asia es una norma, y empiezan a extenderse ciertos choques entre mundos lejanos.
Que un loco de una secta cristiana de Estados Unidos decida agitar la quema del Corán suscita enseguida en el otro extremo del planeta –en este caso fue en Afganistán- una reacción más virulenta aún. Porque la respuesta no fue simplemente quemar la Biblia sino quitar la vida a un grupo de humanos. Cierto que no podemos ignorar que hay otras intencionalidades detrás: en uno hacer espectáculo y que se hable de él, y en Afganistán que sean utilizados gestos como el del energúmeno pastor yanqui por parte de los talibanes y otros dogmáticos catequistas para hacer propaganda antioccidental. Siempre se persigue más de un fin con los comportamientos brutales de unos y de otros.
La palabra profanación ha salido a relucir. Me pregunto: ¿valen más los símbolos que la vida? Cuando los humanos se refugian férreamente en un corpus de símbolos, muchas veces recalcitrantes e inútiles, es que algo no funciona bien ni en su pensamiento ni en su modo de vivir. ¿Qué llevará a unos hombres al fanatismo, a la intolerancia, al enfrentamiento permanente? La defensa obnubilada de una idea, por ejemplo. O acaso sus miedos íntimos, como individuos y como pueblos. O la inseguridad, hija de una visión cerrada y dogmática de la existencia. O la desconfianza en las reglas sociales pactadas abiertamente y con concesiones. O el temor al cuestionamiento de sus dominios patriarcales.
No es bueno que a estas alturas de la historia se sigan sacralizando textos que sus defensores llaman hipócritamente sagrados. Textos que fueron pensados en su tiempo, ya pasado, como obligados códigos de conducta dictados por las castas clericales que ha habido en todas las religiones. Textos utilizados para ejercitar la atadura de los individuos y el control social. Hoy no deberían contar. Quienes los esgrimen como activos y los ponen por delante de las leyes actualizadas por las sociedades presentes van contra un concepto del hombre basado en la libertad y el laicismo. Pero no todas las sociedades avanzan de la misma manera, ni saben poner límite a la influencia de las religiones y de sus clérigos. La laicidad sigue siendo una conquista pendiente en Oriente y en África, y corre riesgo siempre en Occidente.
Si el maestro viviera estos choques de dogmas manipulados como excusas de otros fines todavía más espurios se radicalizaría y diría algo así: “No cerréis vuestro pensamiento con lo que cantan las letras inamovibles, y que sin embargo resultan cambiantes. Ni siquiera los libros antiguos fueron verdades en su momento. Dejad que la literatura vuelva a la literatura. Sospechad de quienes la utilizan y la repiten con el fin de que cada uno de vosotros no encontréis vuestra propia letra. La que dicta vuestra mente y sólo sabe escribir vuestra propia exigencia de ser libres”.
El fanatismo y el integrismo vengan del lado que vengan, siempre son nefastos. Me da igual que sea fanatismo religioso, político, deportivo o de cualquier otro tipo.
ResponderEliminarNuestra sociedad occidental, falsamente civilazada y cívica, acoge desde hace unos años el peor de los fanatismos: la intolerancia.
Desde el momento en que respeto y tolerancia dejan de estar unidos, podemos caer en todas estas deformaciones.
La mayoría de guerras que se han producido a lo largo de la historia han sido de tipo económico o religioso, o ambos a la vez.
Mientras la religión sea una excusa para ejercer el dominio de otros, seguiremos estando en la más absoluta Edad de Piedra.
Tenemos un problema (otro más), con esta gente, mueven a mucho iletrado y a mucha gente interesada en la bulla y el medio estamos mucha, muchísma gente que somos tranquilos y pacíficos, que tratamos de ser tolerantes y cuando unos y otros se arremeten como toros furiosos, nos pillan en el medio.
ResponderEliminarY todo en nombre de Dios. Amén.
CMG, tienes harta razón al señalar también el fanatismo deportivo, que no es menor, aunque lo parezca, y que probablemente es reflejo y compañero de viaje de otro tipo de fanatismos más hirientes.
ResponderEliminarSí, yo creo que la motivación económica y de hegemonías está en el sustrato de todas las guerras. Y que las ideologías, políticas o religiosas, son coartadas, vehículos, o simplemente excusas para provocar y llevar a la gente a las posiciones viscerales y de odio. Justo las que algunos necesitan cuando hay que provocar una guerra.
Ya dijo un filósofo y economista político del siglo XIX con barbas que la humanidad estaba todavía en la prehistoria y sólo cuando empiece a efectuarse otro modo de encauzar los bienes productivos y de participar la riqueza es cuando podría hablarse de que entramos en la Historia. Bueno, es un eufemismo, que todos entendemos. La Historia entendida no sólo como algo temporal, un precipitarse acontecimientos, sino como protagonismo de la sociedad entera.
Ay, María, tanta gente muere diariamente por el fanatismo, la miseria, la explotación, el abandono, gente de cualquier edad. Los niños siempre los más débiles. Y junto a ellos las mujeres en grandes zonas del planeta. Víctimas del patriarcalismo de sus sociedades y del papel que juega Occidente por otro lado.
ResponderEliminarComo decía el poeta y luego la canción de Paco Ibáñez...¡aquí no se libra ni Dios!
Gracias por pasarte, un saludo.
Trecce, bien dices. Mucho analfabeto diría yo que hay. Mucho miserable cultural y psicológico. Tras la intolerancia y el fanatismo está eso y la envidia, el propio miedo que tienen esos individuos, y lo fácil que son de ser manejados.
ResponderEliminarla religiòn sigue siendo el opio del pueblo; los acontecimientos actuales,como el que nos recuerdas , nos deben hacer pensar en la busqueda de los humanos en materia espiritual, la bùsqueda de lo humano, lo trascendente talvez, y todo esto se vuelve un producto que alguien quiere monopolizar y vender,,la historia nos ha dado ya muchos ejemplos;
ResponderEliminarme ha gustado la profundidad de tu escritura, volverè a comentar mà seguido
un saludo
Blas
Las religiones del libro, peleadas por la posesión de órbitas territoriales y por el control de los individuos, se mueven por los mismos rictus. No en vano, proceden de la misma rama, son variantes de las viejas castas. El conocimiento personal, la espiritualidad vivida como desarrollo y búsqueda de uno mismo, no necesita de las religiones ni queda más invalidada por hacerlo desde una óptica laica y atea. Precisamente es el pensamiento libre el que nos procura saber-nos y, a la vez, nos libera. No vendiendo la primogenitura de nuestra capacidad de pensar, de discernir y elegir, porque nunca podemos ni debemos hacer dejación de esas facultades a otros agentes externos que se nos ofrezcan para hablar en nuestro nombre.
ResponderEliminarGracias, Blas, me alegra pases a nuestros granitos de debate.
Cuanta gente muere ,que pena
ResponderEliminarRosi. ¿Y en ese espacio que media entre vivir de mala manera, durante años, generaciones incluso...hasta la muerte? Piensa en la vida (mala, por imposición no por elección) que lleva mucha gente, dedica un instante a informarte, a reflexionar con los datos que obtengas. Es un ejercicio mínimo que quienes vivimos en una sociedad de consumo (limitada, ojo) debemos hacer.
ResponderEliminarGracias por leerme.