hoy es siempre todavía

martes, 7 de junio de 2011

Esos iconos de cómic


Siempre me ha parecido inútil hacer disquisiciones sobre la muerte. Un hecho tan determinante y complementario como el nacimiento, sobre el que nada hay que decir. Venimos de la nada, somos una confluencia del azar y volvemos al vacío. Elemental. Y quien quiera construir a estas alturas una proyección mítica, que se quede con lo que hay, que ya es mucho, aunque no sirva para nada. Lo curioso es que la gente con frecuencia habla de la muerte como si fuera parte de la vida. Una cosa es hablar del proceso final y otra de la muerte. Diferenciar los tiempos es importante para no prolongar las fantasías. De la vida, hablemos y discernamos todo lo posible. De lo que nos deja de ser, ¿para qué?




Me ha hecho pensar una vez más en este tema  -un tema sobre el que no hay mucho que pensar, salvo que se le quiera dar vueltas a las teorías, estructuras ideológicas y demás representaciones que las religiones pusieron en marcha en su día-  una parrafada de Antonio Machado en su obra Juan de Mairena, que viene a ratificar lo que por libre este oyente de la vida que soy va percibiendo. “Es casi seguro  -decía mi maestro- que el hombre no ha llegado a la idea de la muerte por la vía de la observación y de la experiencia. Porque los gestos del moribundo que nos es dado observar no son la muerte misma; antes al contrario, son todavía gestos vitales. De la experiencia de la muerte no hay que hablar. ¿Quién puede jactarse de haberla experimentado? Es una idea esencialmente apriorística; la encontramos en nuestro pensamiento, como la idea de Dios, sin que sepamos de dónde ni por dónde nos ha venido. Y es objeto  -la tal idea digo-   de creencia, no de conocimiento. Hay quien cree en la muerte, como hay quien cree en Dios. Y hasta quien cree alternativamente en lo uno y en lo otro.”



Tal vez no estaría haciendo ahora este comentario intemporal, ¿o es atemporal?, ¿o es demasiado temporal y efímero?, si no fuera por las huellas iconográficas que he visto hace unos días en una iglesia fantástica de Barcelona, Santa María del Mar. Nunca me había fijado en las tumbas que pueblan ciertas zonas de la nave. La calavera y las tibias, como símbolo de la no existencia, se reproducen en bastantes losas. Tienen su gracejo. Algunas parecen dibujos de cómic, pero la mayoría son rudimentarias y poco originales. Sí que me gustaron más aquellas que denotaban que los enterrados pertenecían a algún gremio de su tiempo (incisiones de tijeras, barcos, el sol, las pesas de la justicia…)



(Cuadro In ictu oculi, de Valdés Leal)


Y en ese paseo fotográfico y meditabundo bajo la imponente arquitectura de Santa María del Mar me preguntaba a mí mismo: ¿por qué tanta obsesión con la muerte? ¿Por qué la manipulación de unos huesos del cuerpo humano, que han supuesto la anatomía maravillosa mientras duró la existencia? ¿A quién y por qué se le ocurriría hacer un icono tenebroso de dos huesos cruzando otro hueso? Ha resultado al final de estos tiempos algo demasiado ordinario y poco imaginativo. La estética no es eterna, como no lo es nada. Pero uno sospecha que este tipo de representaciones fueron fomentadas para causar miedo a las gentes. Santo temor de Dios, que dirían los clérigos. Claro que algunos artistas han recordado el evento de la muerte con otras características. ¿O no os acordáis de aquel magistral cuadro In ictu oculi,  del sevillano Valdés Leal? Pero ahí hay otra crítica y bien severa, por cierto hacia los poderes terrenales. Esos mismos poderes sobre los que la opinión popular dice con ironía y cachondeo: sí, se van a llevar entero lo que tienen al otro barrio.


8 comentarios:

  1. Quizá porque no hay experiencia de la muerte se puede fabular y lucubrar sin ton ni son...¿no?

    Saludos

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  2. Creo que siempre el tema de la muerte nos ronda de una u otra manera la vida cotidiana. Saber asumirlo con naturalidad quizás nos lleve toda la vida.

    Un abrazo.

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  3. ¿Porque hablar tanto de lo desconocido? En este caso y basado en el tema que nos traes, la muerte (que pudo estar en cualquier parte, pero te vino a cuento en la iglesia barcelonesa:
    ¿Recuerdas tu infancia?
    Bueno, te habrá pasado que al caminar hacia un bosque en la noche, o en una calle desierta y poco iluminada, silbabas, tarareabas, murmurabas e incluso muchos al tiempo de verse en esa situación hablaban solos!!
    El temor amigo, ese miedo no confeso en palabras, sino insuflado en ellas, es aterrador...he ahí donde la muerte justifica hacerse oir.
    Un abrazo, al tiempo que me ha gustado el matiz de tus crónicas, ahora con un tema cuasi íntimo, aunque debería ser muy 'popular'

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  4. hablar de la muerte, nos lleva a despertar espìritus profundos de cada hombre, su temor a ser mortal y pensar que nos tocarà a todos, queramos o no;
    en estos dìas leìa que Unamuno decìa de -no querer la muerte- màs bien no queria nisiquiera tener que no querer morir- en fondo yo tambièn me estoy haciendo de esta idea-
    un saludo
    Blas

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  5. Luis Antonio: hay experiencia del morirse. Rien ne va plus. Ficción, imaginación y fantasía...los hombres nos despachamos a gusto sobre lo existene...y lo inexistente.

    Un abrazo.

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  6. Neo: Prepararnos mentalmente es una cosa (y lleva muchas fases y depende de edades) y darle vueltas a un más allá inexistente es otra. Particularmente, bastante trabajo tiene uno con pensar en el buen morir, como para comerse el coco con la ultratumba.

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  7. Oriental. El miedo tiene muchos rostros, no sólo el de la muerte. Pero te contaré una anécdota surrealista. Cuando éramos niños, en mi localidad del Norte de España, uno de los juegos morbosos y recurrentes del anochecer de la pandilla de cinco chicos era subirnos a la tapia de un hospital, caminar por su superficie, con la pretensión de ir ¡hasta el depósito de cadáveres! Por supuesto nunca llegamos hasta él, pero la emoción estaba en ese recorrido, contando historias, imaginándonos lo inimaginable, sintiendo escalofríos en pleno verano. A veces una lechuza que aparecía de improviso nos hacía saltar despavoridos. Otra vez fue el padre de uno de los nuestros el que nos sorprendió y tuvimos que poner pies en polvorosa (su hijo la tuvo luego en casa) El morbo estaba incorporado a los juegos infantiles de la católica y envejecida España. Pero el surrealismo a la contra podía con eso. Ya ves.

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  8. Blas. A mí siempre me ha parecido eso de que nos tocará a todos (yo recurro mucho a la frase) una especie de sentencia justiciera y vengadora. La idea de que no hay justicia en este mundo la suplimos con el tonto consuelo de que todos nos vamos a ir al otro barrio.

    Desde luego, caminar sobre esas tumbas que fotografié no me hizo pensar en abosluto en la muerte. Más bien en los recursos y autocomplacencia de los vivos, que gustan de labrarse tumbas y esculpir huellas y recuerdos por doquier.

    Unamuno era muy ingenioso. Pero ya ves la suerte amarga que le deparó el final de sus días.

    Un abrazo.

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