Me entero del veto para el título de doctores honoris causa a dos profesionales catalanes de la investigación histórica. No es que uno haya creído mucho en los títulos, menciones, premios y demás, porque en muchas ocasiones han sido huecos y convencionales, o reconocimiento a servicios prestados. Creo más en la calidad de la obra y en los efectos consiguientes. España nunca ha estado sobrada de historiadores competentes hasta hace cierto tiempo. En cambio, en el pasado lo que hubo fueron meros correveidiles ideológicos que escribían la historia. Como si la Historia fuera algo a escribir y no a interpretar. Pero ya llevamos unas décadas -con precedentes durante la Segunda República- en que el panorama de la investigación histórica bebe de historiografías y corrientes modernas y universales, cuando no las recrea con su trabajo cotidiano. Y pululan los trabajos sectoriales y amplios que cosiéndolos pacientemente elaboran el tejido de la interpretación.
Mas hete aquí que los historiadores Jordi Nadal y Josep Fontana, propuestos para el título citado por una serie de profesores importantes -entre ellos Borja de Riquer y Jordi Maluquer de Motes- han sido vetados recientemente por la junta de la facultad de Filosofía y Letras de la UAB. ¿Razones? Pues ahí debe residir el intríngulis. Porque mientras los defensores de la concesión del título a los dos profesores argumentaron ampliamente sobre los méritos de su trabajo científico, los que se opusieron a su concesión no dijeron ni esta boca es mía.
Esto lleva a pensar en que más que discrepancias de argumento y peso, lo que sobrevuela en ese estamento tan aparentemente influyente (es un decir) como la Universidad es todo un mundo de bajas pasiones, envidias, recelos, zancadillas y mermas a los méritos del trabajo real. Si no sólo es mi sospecha, el asunto es preocupante. Porque lo que hoy es simple (aparentemente) veto mañana puede ser caza de brujas. Me pregunto si quienes se oponen al título a los profesores catalanes no tendrán en el fondo pelusa en el subconsciente, heredera de aquella órbita infantil de premios y castigos que muchos se tomaron en serio y les dejó marca envidiosa para siempre.
Les convendría leer a Juan de Mairena (una vez más salió el maestro) “Los honores, sin embargo, rendidos a vuestro prójimo, cuando son merecidos, deben alegraros; y si no lo fueren, que no os entristezcan por vosotros, sino por aquellos a quienes se tributan”.
Nada menos.
Vetar siempre sera limitar, aunque al hacerlo uno eleve la barbilla realmente debería bajar la cabeza. Un saludo, interesante blog.
ResponderEliminarPues no estoy documentado sobre el tema, pero mucho me temo - que al igual que en otros casos -, aquí más que la envidia y los celos, lo que privan son cuestiones de tipo político, no quiero añadir más porque como he dicho al principio no tengo documentación sobre este asunto.
ResponderEliminarSaludos, y un abrazo.
Juan de Mairena, o esa imprescincible lectura infinita. Qué hermoso encontrar su nombre en este Blog, con toda la belleza y el dolor de esa fotografía de Antonio Machado antes del fin.
ResponderEliminarUn abrazo!
José Francisco, qué matiz tan agudo sobre la barbilla. Vetar es prohibir, y hay muchas maneras de hacerlo. Y siempre revela un tipo de poder (mayor o menor) detrás.
ResponderEliminarGracias por pasarte. Un saludo.
Carlos, por supuesto que a mi me falta una información de detalle. Pero si las informaciones que dicen que unos argumentaron (los favorables) y otros se limitaron a vetar, sin explicación alguna, ya es para sospecha. Y es probable que haya razones políticas o mejor dicho, partidarias, detrás. Pero ¿acaso esas supuestas razones están libres de los pecados capitales?
ResponderEliminarUn abrazo y vuelve cuando desees.
Joaquín, así es. Siempre me impresionó ese momento, casi final, del rostro del hombre derrotado por las circunstancias pero no vencido interiormente en su dignidad moral y empírica.
ResponderEliminar¿Qué estaría pensando Juan de Mairena dentro de Antonio Machado en ese instante?
Tremendo. Salud y un abrazo.